Wednesday, December 17, 2008

EL MÁNAGER DE ROCK

Volvía yo de trabajar en tren. Me encontraba en un asiento, dentro de un compartimento para cuatro pasajeros de un cercanías, acompañado de una señorita sentada en los asientos de en frente, en diagonal a mi. La señorita parecía completamente ajena a todo a causa de la música de parecía que estaba escuchando con su Walkman. El asiento de delante estaba libre esperando a un pasajero que tenía que llegar en una estación u otra. Unos pocos viajeros más terminaban de llenar el espacio que tenía a mi vista, todo el mundo bien sentado y dejando libres muchos asientos más. El tren se detuvo en una estación de la ciudad de Barcelona. Por la puerta más próxima al lugar donde yo me sentaba entró un señor vestido de manera elegante y que adornaba su atuendo con una pajarita, una prenda que no se suele ver mucho durante la semana laboral y que aquel señor vestía de la manera más natural del mundo, realzando un estupendo bigote. Su aspecto parecía sacado de una novela de Sir Arthur Conan Doyle, recordando a personajes como el Dr. Challenger o el mismísimo Sherlock Holmes. Ese misterioso señor entró de manera elegante y saludó a los pocos viajeros que poblábamos el vagón del cercanías de la siguiente manera: - Buenas tardes y a la paz de Dios a todo el mundo. Curioso saludo, sí señor. Todo un ejemplo de educación que me dejó sorprendido. No pude hacer menos que responder con la misma cortesía con la que se nos había dirigido. El buen hombre se sentó en el asiento que tenía yo en frente y mantúvose distraído durante varias estaciones observando el entorno y analizando a sus compañeros de viaje con miradas bien disimuladas. Por supuesto que reparó en el detalle de mi indumentaria compuesta por pantalón negro y una chaqueta de tipo Cruzada, como la que llevamos los Heavies, Punkies, Rockeros, etc... Este detalle es importante ya que fue el que puso mecha al asunto para entablar conversación conmigo. Para romper el hielo me preguntó usando un catalán macarrónico: 

  - Perdoni, senyor. Té vostè hora bona? (disculpe, señor. ¿tiene usted hora buena?) Yo miré el reloj y le respondí en la misma lengua: 

  - I tant. Ara són tres quarts de vuit. (por supuesto. Ahora son las ocho menos cuarto) 

  - Gràcies. Moltes gràcies. - respondió con voz apacible de persona agradecida. 

 Era un poco ridículo que preguntara la hora porque todas las puertas del vagón estaban dotadas de una pantalla donde se anunciaban las estaciones y cuando no aparecía el nombre de ninguna estación, aparecía un reloj perfectamente en hora (otra cosa es la puntualidad que siguiera el maquinista,...) Al salir de la estación de Barberà del Vallès, el hombre me entró de nuevo. Su prudencia era la misma pero esta vez su petición era un poco más osada, y en esa vez ya se me dirigió en castellano. Vamos a ver qué me pidió: 

- Perdone, caballero. Verá, yo pertenezco a una sociedad cultural que promueve las actividades para jóvenes y en nuestro centro tenemos un colectivo de trabajadores de la construcción que forman un grupo de Rock. En pro de poder financiarse los instrumentos y los discos, están preparándose para una pequeña gira que les llevará a dar varios conciertos por tierras de Castilla y León, visitando una serie de pueblos que se encuentran preparando sus Fiestas Patronales. Por esto, y disculpe mi osadía, estoy mirando de ayudarles recaudando fondos. ¿Sería usted tan amable, ya que también debe ser roquero, en realizar una pequeña aportación económica? Por poco que sea, siempre será bien recibida una ayuda.

Yo le contesté: 

  - Disculpe, caballero. Valoro mucho su osadía y créame que sería para mi un honor poder contribuir a tan noble causa como es la de ayudar a unos hermanos, ya no sólo por ser humanos, si no por pertenecer a la familia de los roqueros, que somos muchos y tenemos que ayudarnos entre nosotros. El caso es que no me es posible hacer ninguna imposición económica. Créame que de verdad lo siento. 

- Me excusé, desconfiando del olor a alcohol que me empezó a venir desde el asiento que él ocupaba. 

  - Pero, ¿me dirá que no puede colaborar ni con veinte duros? - Me insistió.- Sepa que es algo que agradecerán mucho dado que son obreros como usted y como yo, sin apenas recursos para poder seguir adelante en sus proyectos musicales. Su método de financiación se ciñe a las aportaciones desinteresadas de gente que comparte sus inquietudes, y su ayuda es primordial para que puedan abrirse camino en el duro mundo de la música. Una gira por Castilla León está en juego, todo un trampolín a nuevos escenarios. 

  - De verdad, buen ciudadano. Aplaudo su iniciativa y me pongo en su lugar ya que yo también soy músico y entiendo lo duro de este oficio si no hay padrinos. Pero corren malos tiempos de crisis económica y me encuentro más tirado que una colilla. 

- Me volví a excusar. De repente, miró a la señorita de los Walkman que parecía ajena a la conversación aunque lo estaba oyendo todo, por la delatadora sonrisa que describía su boca. Se estaba haciendo la dormida y tenía la música suficientemente baja como para oir toda la banda sonora de la escena que protagonizábamos el señor de la pajarita y quien escribe. 

  - ¿Y usted, señorita? No le apetece colaborar en un acto de solidaridad para nuestros vecinos los roqueros. Con veinte duritos estarán muy contentos. 

 Entonces la chica respondió: 

 - Estará usted contento con los veinte duritos para el vino, eh? Que ya le tengo visto yo a usted del centro, visitando los bares y pillando la taja a base de vinillos.

- ¿Pero cómo me dice eso, señorita? - Respondió con gran sorpresa el hombre de la pajarita. ¿Qué me está diciendo?

La chica no paraba de sonreír mientras le adivinaba al señor sus verdaderas intenciones, dejándolo en evidencia por su afición al licor. El hombre vio que ya estábamos parados en la estación donde debía apearse y se levantó alegremente y se despidió del vagón entonando una melodía que adornaba sus palabras de despedida:

- Adiós, buenas tardes. Que tengan todos un feliz día!!! 

 A todo esto... ¿Qué podría añadir? De verdad que me sentía ciertamente ligado a los supuestos trabajadores de la construcción que tenían un grupo de rock. Pero creo que me siento un poco más ligado al señor locuelo. No por gustarle el pipiriripipí-de la bota empinar-pararápapá si no por la historia que se montó para poder pedir veinte duros para, en realidad, tomarse un vinillo. 

Sí, amigos lectores, yo soy un peliculero. Hago este fanzine de lo chorra con las historias que me pasan, las que me invento, las que me invento que me han pasado, y las que me pasan pero que acostumbro a inventarme cómo pasaron... y en todos los casos debo admitir que de lo peliculero que soy me he llegado a inventar tonterías similares a las del señor del tren. Incluso, ahora confieso, en la vida real he tenido que meter mucha fantasía en forma de bonito relato. Si llegara yo a poner sobre el papel (o pantalla) las historias que he llegado a contar Blogspot se quedaría sin bytes para albergar El Blog de Autodefensa. Por suerte, no tengo tanta memoria como imaginación y se me suelen olvidar casi al momento. Para terminar quiero comentar que sí me siento muy hermanado con aquel tarado y que, aunque a mi no me mole tanto la priva, sí que me mola inventarme todo tipo de historietas como la que les acabo de contar... o tal vez no me la haya inventado... Da igual!

Sunday, December 07, 2008

EL CARTERO FEO

Durante un tiempo por motivos de trabajo estuve comiendo en un bar que había cerca del lugar donde desempeñé mi labor. El bar era pequeño y lo llevaban entre dos jóvenes amigos.

En las cercanías había una oficina de correos cuyos trabajadores, al terminar la jornada, solían acerarse al bar a tomar una cervecita. El elenco de personajes que formaban los trabajadores de correos era de lo más variopinto pero destacaba el hecho que no había ninguno que correspondiera a un perfil normal de ser humano: eran todos/as muy feos/as. Me parece que en la selección de personal era obligado ser desaliñado y FEO.

Las maravillosas criaturas que formaban el equipo de carteros eran singulares y, evidentemente como ya he dicho, feas. Habían ejemplos de fealdad para todos los (dis)gustos. Aunque me dirán ustedes: y tú eres un Robert Redford, ¿verdad?. Pues no, no soy ningún Robert Redford pero no me veo tan feo como lo eran aquellos carteros y carteras que pienso yo que lo tendrían muy crudo para entrar a los portales para repartir el correo en los buzones. ¿A ver quién era el listo que dejaba entrar a su casa a cualquier engendro con el pretexto de firmar un certificado?

Había uno que levantaba un metro y medio del suelo, de pelo revolucionado y bigote como el de Azkarorta. Otro que parecía que llevaba gafas para que no se le cayeran los ojos al suelo. Otro que carecía de músculos faciales desde la mandíbula superior hacia abajo, y el labio inferior le quedaba completamente caído dejando al descubierto la dentadura. Una cartera que parecía que se hubiera limado todos los dientes en forma de punta y le quedaba la boca como una sierra... Algo común a todos ellos es que parecía que se hubieran peleado con el peine: todas las cabelleras eran batallas campales entre los pelos.

Ante tal desfile de artistas de circo de los años 1900 la reacción inicial era la de echarse a correr por miedo a que no estuvieran vacunados, pero daba gusto verlos cómo se divertían y se contaban sus anécdotas en un ambiente laboral digno de envidia, sin malos rollos y con una cordialidad ejemplar.

En una ocasión vi cómo uno de ellos, que iba vestido con una camisa de leñador, contaba una historia gesticulando de manera exagerada como si fuera el mismo Charles Manson. Sus compañeros seguían la narración con una expectación tal que hacía que no perdieran detalle, riendo a cada palabra o gesto gracioso del conferenciante. El del labio sin músculo estaba tan metido en la historia que contaba el de la camisa de leñador y, sin darse cuenta, bajó un poco más el labio inferior de manera que se le cayó un salibajo de 50 mililitros que fue directamente a parar a su pantalón. El salibajo se formó en el labio inferior y allí se acumulaba como si fuera un recipiente. El peso de la saliba aumentó a medida que formaba y el labio inferior cedió. El resultado es el que les he contado. Una baba tsunámica aterrizando sobre la pernera del pantalón tejano. Me reprimí la risa mientras observaba cómo bajaba lentamente la mirada a su pantalón y cogía una servilleta de papel para limpiarse la bochornosa mancha de saliba. Cuando se levantó se percató que la visible mancha parecía producto de una enúresis.

Llegó el momento de marchar y la cartera de los dientes puntiagudos, mirando el paquete del del labio flojo, se fijó en la mancha de la saliba y puso en conocimiento de todos que el compañero parecía que se hubiera meado. Todos echaron a reír. El del labio flojo en principio decía que no pero al poco empezó a carcajearse con los demás con el buen humor de saber reírse de sí mismo. El de la camisa de leñador increpó en medio de las risas a la de los dientes de sierra preguntándole que qué es lo que pretendía mirar cuando descubrió el salibajo:

- ¿Y qué es lo que estabas mirando para ver la mancha de la saliba? ¿No será tuya la saliba, eh? JAJAJA.

Todos continuaron riendo de manera incontrolada. Entre tanta risa y cacareo, las mujeres del grupo de vez en cuando entonaban un UUUUUUUUUUUUUUUUU!!! al más puro estilo de señora de 50 o 60 años que no se aguanta el ataque de risa. Era bastante habitual que su buen humor y buen rollo se descontrolara dando como resultado un gallinero de 110 decibelios difícil de controlar por los camareros que, impotentes, veían cómo algunos de los clientes -vamos a llamarles- normales dejaban de asistir ya que la visión de alguno de los carteros le hacía quitar el hambre.

El grupo estaba tan bien avenido que seguro que su relación se llevaba más allá del trabajo y los propios compañeros de la oficina eran los mismo que podían formar parte del grupo de amistades fuera del ámbito labora. Su buena relación hacía suponer que incluso mantuvieran relaciones sexuales liberadas y que los flirteos de la de los dientes de sierra no producían celos entre las demás compañeras. Allí parecía todo muy hippie. No quería ni imaginarme cómo pudiera ser una escena en la que los mismos compañeros habían quedado un domingo por la tarde para ver el fútbol en casa de uno y que se desmarcaran dos parejas para hacer guarreridas españolas en habitaciones de la casa. Tenía que resultar muy gore comprobar (o imaginar) al del labio flojo soltando un salibajo en toda la cara de la de los dientes serrados después de pegarle un morreo de película.

Yo dejé de ir por el bar a las pocas semanas ya que terminé mi misión en aquel barrio. Creo que todavía deben trabajar allí y continuarán yendo por el bar. No sé. Será cuestión de un dia ir a comprobarlo, aunque debo admitir que me ha costado mucho sacarme de la memoria la saliba cayendo sobre el pantalón y el posible morreo entre la de los dientes y el salibero, es por eso que me corto mucho de ir a ese bar ya que aflorarían recuerdos que me abrirían heridas en mi memoria.

Heridas muy gores. slurrrp!