Saturday, June 01, 2013

El Palo del Curandero

Cierta vez coincidí con un compañero de trabajo que no tenía muchas luces... bueno, era tonto del culo. Este compañero de trabajo, de unos 55 años, no se dejaba sorprender por nada, incluso llegó a comentar que un ordenador no servía para nada, y él solo era capaz de hablar horas y horas sin parar de auténticas tonterías y dando vueltas al mismo asunto. En definitiva: era un pelmazo de cuidado. Pero dentro de sus múltiples puntazos, decía conocer muy bien las personas con sólo verlas venir. Decía que tenía un don especial que le hacía anticiparse a cualquiera. Él decía que su don de conocer a la gente le venía dado por un hecho insólito que le comentó su madre, y es que decía que él había llorado dentro del vientre de su madre. Antiguamente se comentaba que el bebé que se le oía llorar dentro del vientre de la madre, sería un niño con alguna habilidad especial, y fuera de pensar que su habilidad era dar la paliza constantemente y creerse con la verdad y razón absoluta, él decía que su mágico don era poder radiografiar a una persona con sólo tratarle un poco, era un scanner capaz de ver si una persona era de fiar o no... Su historia se puede empezar por este hecho anecdótico o estúpido, según gustos, pero lo que realmente escondía era el caso de... El Palo del Curandero.

Aunque él hacía trabajos como peón de fábrica, vigiliante de parking, conserje de escalera de vecinos, barrendero... siempre tenía un trabajo paralelo en el que podía desarrollar sus poderes, y no sólo en el campo de conocer o no a las personas, sus poderes iban incluso por la sanación. Sí, lectores, el Sr. Vicente era curandero.Si hablando de cualquier banalidad el Sr. Vicente era un plasta, imagínense ustedes si hablaba de sus poderes curativos o, como mejor le gustaba llamarles, sus poderes mágicos. Como buen mago que se consideraba no le podía faltar su varita mágica: un asqueroso palo de unos 60 centímetros de largo y un centímetro y medio de diámetro, que siempre llevaba consigo y que, redondeado por los extremos y muy liso y marronoso de ser manoseado constantemente, bien se veía que se había construido gracias a serrar el cabo de una escoba.

Me contaba de las aberraciones que hacía y que, milagrosamente, pocas veces terminaban en desgracia. Pero si alguna vez había alguna acción que se le fuera de las manos, era tal la fe que tenían sus "pacientes" en él que jamás hubiera existido una denuncia por sus prácticas infames. Sin querer centrarme en un caso particular de los que me contara, sí deseo contarles algunos de los que me parecieron auténticas anormalidades propias de una mente enferma:

Aunque su especialidad era curar contusiones y esguinces, alguna vez venía algún caso un poco más raro pero que solía tener una curación similar: el tontorrón pasaba su palo por la zona dolorida y recitaba un cántico completamente inconexo y sin rima alguna. Con esto y una inmovilización de la zona tratada los subnormales de sus clientes se iban convencidos que se recuperarían: de hecho lo hacían pero no sé hasta qué punto era obra de sus poderes.

Una de las veces que me contó que se encontró un caso difícil es que un obrero de su mismo cociente intelectual le llegó con una lumbalgia bestial. Cuando pasó tres veces el palo por el lomo del obrero y este no obtenía mejora inmediata, le asestó un brutal golpe con el palo en las lumbares y ante el grito desgarrador del paciente, mi compañero no se le ocurrió decirle que ese nuevo dolor era señal de que empezaba a curar, que si no había dolor hubiera sido mal augurio.

Un caso que me heló la sangre fue cuando un vecino le trajo a su mujer por dolores menstruales. No sé si continuar este caso pues me da mucho repelús lo que me contó. Cómo se le ocurre a esa bestia con forma humana meterle el palo por el culo a la señora argumentando que el dolor que viene por detrás del cuerpo se tenía que tratar desde la raíz y que no sufriera el marido porque esa extrema sodomización pues las mujeres están acostumbradas a meterse cosas a diferencia de los machos que son los que tienen que meterlas, y que los gritos que profería la mujer no tenían que ser de dolor precisamente pues el dolor se lo estaba aliviando, dijera lo que dijera la señora. ¡Qué burro!

Al final perdí la pista del Sr. Vicente porque se enfrentó con el jefe después que el jefe se quejara de dolor de cabeza que le estaba causando el imbécil del Sr. Vicente con su verborrea al excusarse de un error y éste quiso aliviárselo con su palo. Claro, sin que llegara a golpearle el jefe le despidió de manera fulminante.

Tiempo después supe que el Sr. Vicente estaba de baja por una enfermedad en el hígado... no sé por dónde se metería el palo para curarse.