Íbamos de excursión por una carretera de la provincia de Tarragona cuando decidimos hacer un alto en el camino en una zona de picnic cerca de un riachuelo. Esta zona de picnic estaba junto a una urbanización presidida por un conjunto de edificaciones señoriales que denotaban un pasado de prosperidad económica muy posiblemente atribuida al negocio textil vistas las ruinas de una fábrica próxima a la zona.
Bajamos para situarnos en una explanada donde, a nuestras espaldas, quedaba la zona de picnic a unos 100 metros, y justo en frente nuestro se nos presentaban a la izquierda el palacete señorial, en medio una nave de la parroquia, y a la derecha el edificio principal de la iglesia. Detrás de la iglesia (a nuestra derecha) ya se encontraba el barranco que llevaba al río.
Aunque se podía ver que las edificaciones podían estar habitadas, no se observaba movimiento alguno y eso acompañado que el sol hacía lucir las paredes de los edificios de un amarillo desértico, me daba la sensación que todo ello le confería a todo un aspecto de abandono, como si fueran edificios que hacía tiempo que no se visitaban.
Allí, en esa explanada estábamos mi hermano y yo buscando cómo acceder a la zona de picnic que, como he comentado, estaba a nuestras espaldas aunque se tenía que acceder por una especie de pasillo arbolado que no parecía muy a primera vista. El resto de los que formábamos la comitiva de vacaciones se había quedado arriba, en la carretera, en los coches esperando a que volviéramos de nuestra incursión en ese apartado del camino para ver la posibilidades de parking y fonda. No sé cómo, pero la sensación que me daba todo aquello me decía que estábamos cerca de una nueva aventura que me dejaría un sabor agridulce de la visita a ese conjunto de arquitectónico en entorno de semi-naturaleza.
Siempre he estado interesado en las construcciones de una burguesía que en otro tiempo vivió un cierto esplendor, y hoy en día quedan como vestigio de ese tiempo, aunque las familias propietarias ya no tengan el estatus de aquella época y sean sólo "viejas glorias". Así, me gusta investigar un poco sobre qué fue de esas familias que con sus empresas gozaron de riqueza y prestigio, y sobre todo qué es lo que queda de ellas. Me quedé embobado mirando la iglesia construida con esa piedra amarillenta y brillante con el sol de aquel día. En el pórtico de la entrada no contenía muchos detalles de la mano y creatividad del artista que la construyó, y simplemente se podía leer cosas como "ego sum lux mundi 1889 Miralles Salvat". A mi espalda estaba la casa señorial con un muro interminable que contenía una balconada que iba de punta a punta del muro, y este balcón era ya rematado por el rivete del tejado. Me pareció que no había nadie en él pero una ventana del propio balcón parecía abierta con una tímida cortina blanca de ganchillo asomaba por la ventana entreabiaerta. Me preguntaba si la familia Miralles Salvat continuaba siendo propietaria de conjunto de construcciones.
Decidimos ir a la zona de picnic de donde salía humo de las barbacoas y se oía cierto griterío de niños y risas de adultos. No sé cómo pero en ese preciso momento a mi hermano no se le ocurri`ó otra cosa que tirar una piedra contra el muro de la casa señorial. El por qué todavía lo desconozco pero era una broma que con 12 años puedes permitirte, pero con treinta y algo ya no. Obviamente aceleramos el paso para salir de la explanada cuando oíamos una voz que venía de lo alto de la casa. Era un hombre que unos 70 años que nos gritaba algo así:
- Eh! Por qué me habéis tirado una piedra a la casa? Eso está muy mal.
Nosotros nos hicimos los sordos pensando que estábamos fuera de la vista del pavo. La sorpresa vino después, cuando ya estábamos mirándo las barbacoas y ya no estábamos a la vista de la casa, cuando el tío de 70 años apareció a la zona de barbacoa y nos increpó, mejor dicho, me increpó hartándome de preguntas sobre quién éramos y por qué le habíamos tirado la piedra a la casa. Una casa con muros enormes y muy gruesos a los que no le haría daño la piedra pero que al tío le había jodido cantidad.
- Yo no le he tirado ninguna piedra. No he hecho nada.- le contesté con semblante serio sin decir ninguna mentira pero interiormente estaba muy nervioso pues no me gusta que me llamen la atención en ningún caso y menos cuando no soy culpable de nada.
- Oiga usted!.-me decía el señor- he visto como ustedes estaban allí delante de mi casa y me tiraban una piedra.
Yo empecé a hablarle en catalán pues pensaba que podría ser un Miralles Salvat y que, por tanto, sería una família histórica de habla catalana, pero el pavo me hablaba en castellano y parecía que no fuera de esa estirpe, y pronto supe por qué.
- Yo compré esta casa hace mucho tiempo y no me gusta que me vengan a estorbarme de esta manera. Aun suerte que dejo a los turistas a que vengáis a las barbacoas, pero lo que ustedes me han hecho está muy mal.
Por momentos me parecía que se me iba a poner a llorar de la manera cómo estaba defendiendo su propiedad, por lo que deduje que ese hombre no estaba bien del todo. El tío, en su discurso, que ya pasaba de ser una riña por la pedrada, me estaba empezando a comer la cabeza con que "si su propiedad, su palacete, que cuando lo compró, que si él había sido empresario y que había llevado tres empresas, que cuando vino del pueblo...". Por mucho que intentaba excusarme de que no era yo el responsable de la pedrada el hombre la había tomado conmigo y, finalmente mi hermano intervino justo antes de que estuviera a punto de enviarle a la mierda. Mi hermano le dijo simple y llanamente:
- He sido yo, algún problema? Le he pegado una pedrada a la casa y ya está, no le he cortado ningún brazo. Póngame una denuncia si quiere pero calle la boca de una puta vez.
Bajamos para situarnos en una explanada donde, a nuestras espaldas, quedaba la zona de picnic a unos 100 metros, y justo en frente nuestro se nos presentaban a la izquierda el palacete señorial, en medio una nave de la parroquia, y a la derecha el edificio principal de la iglesia. Detrás de la iglesia (a nuestra derecha) ya se encontraba el barranco que llevaba al río.
Aunque se podía ver que las edificaciones podían estar habitadas, no se observaba movimiento alguno y eso acompañado que el sol hacía lucir las paredes de los edificios de un amarillo desértico, me daba la sensación que todo ello le confería a todo un aspecto de abandono, como si fueran edificios que hacía tiempo que no se visitaban.
Allí, en esa explanada estábamos mi hermano y yo buscando cómo acceder a la zona de picnic que, como he comentado, estaba a nuestras espaldas aunque se tenía que acceder por una especie de pasillo arbolado que no parecía muy a primera vista. El resto de los que formábamos la comitiva de vacaciones se había quedado arriba, en la carretera, en los coches esperando a que volviéramos de nuestra incursión en ese apartado del camino para ver la posibilidades de parking y fonda. No sé cómo, pero la sensación que me daba todo aquello me decía que estábamos cerca de una nueva aventura que me dejaría un sabor agridulce de la visita a ese conjunto de arquitectónico en entorno de semi-naturaleza.
Siempre he estado interesado en las construcciones de una burguesía que en otro tiempo vivió un cierto esplendor, y hoy en día quedan como vestigio de ese tiempo, aunque las familias propietarias ya no tengan el estatus de aquella época y sean sólo "viejas glorias". Así, me gusta investigar un poco sobre qué fue de esas familias que con sus empresas gozaron de riqueza y prestigio, y sobre todo qué es lo que queda de ellas. Me quedé embobado mirando la iglesia construida con esa piedra amarillenta y brillante con el sol de aquel día. En el pórtico de la entrada no contenía muchos detalles de la mano y creatividad del artista que la construyó, y simplemente se podía leer cosas como "ego sum lux mundi 1889 Miralles Salvat". A mi espalda estaba la casa señorial con un muro interminable que contenía una balconada que iba de punta a punta del muro, y este balcón era ya rematado por el rivete del tejado. Me pareció que no había nadie en él pero una ventana del propio balcón parecía abierta con una tímida cortina blanca de ganchillo asomaba por la ventana entreabiaerta. Me preguntaba si la familia Miralles Salvat continuaba siendo propietaria de conjunto de construcciones.
Decidimos ir a la zona de picnic de donde salía humo de las barbacoas y se oía cierto griterío de niños y risas de adultos. No sé cómo pero en ese preciso momento a mi hermano no se le ocurri`ó otra cosa que tirar una piedra contra el muro de la casa señorial. El por qué todavía lo desconozco pero era una broma que con 12 años puedes permitirte, pero con treinta y algo ya no. Obviamente aceleramos el paso para salir de la explanada cuando oíamos una voz que venía de lo alto de la casa. Era un hombre que unos 70 años que nos gritaba algo así:
- Eh! Por qué me habéis tirado una piedra a la casa? Eso está muy mal.
Nosotros nos hicimos los sordos pensando que estábamos fuera de la vista del pavo. La sorpresa vino después, cuando ya estábamos mirándo las barbacoas y ya no estábamos a la vista de la casa, cuando el tío de 70 años apareció a la zona de barbacoa y nos increpó, mejor dicho, me increpó hartándome de preguntas sobre quién éramos y por qué le habíamos tirado la piedra a la casa. Una casa con muros enormes y muy gruesos a los que no le haría daño la piedra pero que al tío le había jodido cantidad.
- Yo no le he tirado ninguna piedra. No he hecho nada.- le contesté con semblante serio sin decir ninguna mentira pero interiormente estaba muy nervioso pues no me gusta que me llamen la atención en ningún caso y menos cuando no soy culpable de nada.
- Oiga usted!.-me decía el señor- he visto como ustedes estaban allí delante de mi casa y me tiraban una piedra.
Yo empecé a hablarle en catalán pues pensaba que podría ser un Miralles Salvat y que, por tanto, sería una família histórica de habla catalana, pero el pavo me hablaba en castellano y parecía que no fuera de esa estirpe, y pronto supe por qué.
- Yo compré esta casa hace mucho tiempo y no me gusta que me vengan a estorbarme de esta manera. Aun suerte que dejo a los turistas a que vengáis a las barbacoas, pero lo que ustedes me han hecho está muy mal.
Por momentos me parecía que se me iba a poner a llorar de la manera cómo estaba defendiendo su propiedad, por lo que deduje que ese hombre no estaba bien del todo. El tío, en su discurso, que ya pasaba de ser una riña por la pedrada, me estaba empezando a comer la cabeza con que "si su propiedad, su palacete, que cuando lo compró, que si él había sido empresario y que había llevado tres empresas, que cuando vino del pueblo...". Por mucho que intentaba excusarme de que no era yo el responsable de la pedrada el hombre la había tomado conmigo y, finalmente mi hermano intervino justo antes de que estuviera a punto de enviarle a la mierda. Mi hermano le dijo simple y llanamente:
- He sido yo, algún problema? Le he pegado una pedrada a la casa y ya está, no le he cortado ningún brazo. Póngame una denuncia si quiere pero calle la boca de una puta vez.
El señor de 70 años se quedó mudo como si le faltara el aire. Pensaba que se estaba a punto de poner rojo sin respiración de lo cortado que se quedó por la contestación de mi hermano. Entonces, con la voz trémula a punto del llanto nos pidió que le acompañáramos a casa pues se encontraba mal (y no es para menos, parecía que le iba a entrar un ataque de no sé qué) y mientras nos seguía comiéndonos la cabeza con su historia de las empresas, la llegada del pueblo, etc.
Él era el Sr. Neira-Vázquez y vino en los años 50 de un pueblo de A Coruña y se puso a trabajar en Barcelona como camarero. De allí se montó un bar que le fue bastante bien y entró en el negocio inmobiliario pues compró varios pisos que ponía en aquiler, además que empezó a moverlos: ahora compro, ahora vendo por más... Así se fue haciendo un pequeño imperio empresarial con el tema de los pisos, la construcción y los bares pues tenía unos cuantos "Bar Restaurant". Su fortuna creció para poder comprar el palacete y un título nobiliario de marqués de no sé qué cosa que el pavo lucía con gran orgullo como si lo hubiera llevado su familia desde tiempos remotos, y no era más que una parida adquirida que tenía en su caso que renovar cada cierto tiempo, y pagando. No había que quitarle mérito porque este vejete nos decía que llegó del pueblo sin apenas saber leer ni escribir y que a base de trabajar se pudo sacar la ingeniería con la que ha levantado pisos, casas y chalets a la vez que se pudo montar en la peseta para permitirse el conjunto patrimonial que tenía actualmente. Dicho sea de paso, el hombre no tenía mucho líquido y sobrevivía de lo que el bar del picnic y un restaurante le daba, pues al jubilarse se desprendió de mucho de lo que tenía por no poder atender, en parte porque el gestor le gastó una jugarreta y perdió mucho, de ahí que mimara hasta las piedras de su palacete ante cualquier agresión lítica por parte de un gamberro de capital. De todas maneras, en él había algo que me inquietaba y que me transmitía muy mal rollo pues ese sencillo hombre orgulloso de un título nobiliario que le costaba dinero, parecía que tenía un secreto que podía ser dañino. No sé, veamos que fue.
Con su verborrea llegamos a su casa (los cien metros más largos de mi vida) y entramos por el portal acristalado que tenía la casa en un lateral por la parte contraria a la explanada. Allí nos abrió una sirvienta vestida con estilo clásico y coronada con una cofia. Parecía sacada de una película de Gracita Morales la tía. La sirvienta, gorda, vio al señorito y con sorpresa y terror exclamaba:
- Señor, pero qué le ha pasado? Quiénes son estos señores? No le habrán hecho daño?
El señor, que poco a poco iba recuperando el aliento, le decía que trajera un vaso de agua que ahora se ocupaba de nosotros. Una vez recobró el aliento nos acompañó escaleras arriba a una estancia que parecía un salón comedor de estilo tope de rancio. Allí, en un sofá, como si de una sala de espera se tratara, habían un señor, una señora, una señora más vieja y un niño de unos 7, todos ellos regordetes, con gafas enormes, vestidos de manera similar y peinados igual, con la raya a un lado. Me cago en la puta, parecían de una peli de terror. El Sr. Neira le dijo a la sirvienta que se llevara a esos señores y que preparara la mesa para nosotros.
- Pero señor, estos señores hace tiempo que esperan.- contestó la gorda de la sirvienta.
- Nada, nada. llévelos a otra estancia para que sigan esperando, que estos señores tienen prioridad.
¿Prioridad para qué? Le explicamos que sentíamos lo sucedido y que, ya que se encontraba mejor, le dejábamos porque teníamos que irnos. Pero el Sr. Neira nos obligaba a quedarnos para poder pagarnos el favor de acompañarlo a casa en medio de su ataque de ansiedad, ataque que nosotros mismos se puede decir que le habíamos provocado. Pero, casi sin darnos cuenta estábamos sentados en una mesa y el hombre mismo nos estaba sirviendo una especie de sopaipas cruquientes y super harinosas, además habían platos de estofado con trozos de carne guisada súper-gordos. Yo que desconfiaba les dije a mis colegas que no probaran nada que seguro que estaba envenenado y que el cabrón del señorito nos quería hacer pasar putas el resto del día por una pedrada y un mal rato en el picnic, pero mi hermano ya se estaba metiendo el estofado a dos cucharas. Yo probé las sopaipas y no estaban mal. Sí, terminamos comiendo. Mientras estábamos disfrutando del papeo, nos trajo a su señora: una mujer de unos 70 también, muy flaca, rubia platino de pote con pelo corto y rizado y con gafas enormes, que en todo momento parecía que estaba como riéndose de nosotros y murmurando cosas con el pirado del marido. A mi me estaba repateando el estómago las risitas y los murmuros. En eso que la señora me pidió si podía dejar un plato en la nevera que había próxima la mesa, pero lo dijo tan bajito que no acerté a entenderla al momento y le pregunté dónde, en eso que la vieja murmuró como riéndose de mi algo como que
- ¿Pues dónde los vas a dejar, sordo-tonto?
Eso me encendió de tal manera que me salió del alma darle una respuesta a grito pelado:
- ¡Me cago en su estampa, señora! Si le pregunto dónde es porque no lo he oído! a qué viene que usted me hable flojo provocando y me venga con insultos pues eso de "sordo-tonto" sí que lo he oído, pedazo de vieja-bruja!!!
Se le desencajó la cara ante mis gritos, y en menos de un segundo empezó a llorar lanzando gritos y repitiendo: "me ha insultado, me ha insultado..." Sus gritos quedaban semi-apagados dentro de las manos que le tapaban la cara pero que no contenían los enormes chorros de lágrimas de su llanto.
- Paco, - que es como le llamaba a su marido, el Sr. Neira- hazles algo, mátalos, me han insultado. ¿Para qué traes gente a casa para que me traten así?
Al señor Neira volvía a quedarse sin aliento y parecía que iba a ponerse a llorar también. ¡Menuda casa de locos! En eso que el Sr. Neira cogió un puntiagudo tenedor empuñándolo a modo de arma y rápidamente le espeté:
- ¿Qué coño va a hacer con ese tenedor? Ni se le ocurra llegar a amenazarnos.
El Sr. Neira lo alzó con la mano derecha y con la izquierda agarró la mano derecha de su mujer y la puso encima de la mesa, y súbitamente le clavó el tenedor en la huesuda mano de su mujer llegando a ser tan fuerte el golpe que dejó el tenedor clavado en la mesa.
- Llora más fuerte ahora, bruja!- le dijo a su esposa y comenzó a reír mientras ordenaba a la criada que fuera preparando el despacho para atender a la familia que le esperaba abajo.
Nosotros, que estábamos acojonados, le increpamos, y mi hermano lo tiró de la silla diciéndole que él no iba a ningún despacho. Por mal que nos sintiéramos por el trato de la señora no podíamos dejar que el loco del Sr. Neira apuñalara a su mujer con el tenedor. Así mientras estaba en el suelo, yo cogí el teléfono más cercano para llamar a la policía. En medio de los gritos de la Sra. de Neira aún se le entendía:
- nooo, nooo, no llames a la policía. La culpa es vuestra.
Maldita loca, pensaba yo, tienes el tenedor clavado en la mano y encima no quieres que avisemos a la policía para denunciar al pirado de tu marido. Inexplicable, todavía alucino. En medio de todo el griterío, se oían venir por el pasillo las voces de los miembros de esa extraña família de fotocopias de humanos que estaban esperando:
- Señor Neira, ¿está usted bién? ¿Nos va a poder atender?- Le preguntaban al anfitrión.
- No es... estoy b..bien - respondía el Sr. Neira con un ataque de ansiedad provocado obviamente por lo malos que éramos nosotros.- Suban , por favor, suban. Estos señores se portan mal, muy mal. - Les pedía el Sr. Neira a los invitados peinados con la raya al lado.
En cuanto subieron dispuestos a no sé qué, nos encontraron en el salón en tan increíble escenario con la señora gritando y sangrando a borbotones por la mano, el Sr. Neira en el suelo entonando un padre-nuestro a grito pelado, la gorda de la sirvienta llorando, yo con el teléfono en la mano y mi hermano no había perdido el tiempo y había vaciado los platos de comida sobre el hijo de puta del Sr. Neira. en un acto de humillación a tal psicópata. En cuanto el padre de la familia rara se acercó en actitud amenazante, le frené su intención de agredirnos, enviándole una silla de una patada que le fue a parar el respaldo contra la barriguilla de tragón. El gordito papá se encogió en cuanto la silla le llegó a la panza. La mamá gordita y el repollo del niño estaban atónitos preguntándonos el por qué le hacíamos esto al matrimonio Neira. Dijeron algo de que el Sr. Neira era muy bueno, era el mejor curandero que había en el mundo, era un trozo de Dios en la Tierra. Si no te digo, el cabroncete! Empresario de la hostelería, la construcción, inmobiliaria y encima... curandero!!! este tío lo tenía todo.
- Pues por mi se puede ir a la mierda el curandero, usted y la madre que los parió. Si a ustedes les gusta que les dé por el caca, allá ustedes, pero este loco de mierda acaba de clavar un tenedor en la mano de su señora. Ahora mismo iremos a la policía.- Le repliqué.
- Nooo, por favor, nooo. No le diga nada a la policía, que le quitarán el título nobiliario- respondió el gordo del papá de la clencha al lado.
O sea, que temía que la policía le quitara el título de marqués al imbécil este y no le preocupaba que en medio de una de sus sesiones de curandero no le diera un arrebato y les clavara un cuchillo sanador igual que había clavado el tenedor en la mano de la loca peliteñida.
A todo esto que les dije a los míos que nos largáramos y avisaríamos a la policía en el próximo pueblo. Así salimos de ese comedor abriéndonos paso pateando sillas y empujando a los individuos que nos estorbaban el paso (el gordo y el Sr. Neira). La mujer del gordo y el niño también gordo se apartaron del camino. Abajo, en el vestíbulo, todavía estaba la vieja que supongo que sería madre del gordo a tenor del vestido, las gafas y el maldito peinado.
- ¿Pues dónde los vas a dejar, sordo-tonto?
Eso me encendió de tal manera que me salió del alma darle una respuesta a grito pelado:
- ¡Me cago en su estampa, señora! Si le pregunto dónde es porque no lo he oído! a qué viene que usted me hable flojo provocando y me venga con insultos pues eso de "sordo-tonto" sí que lo he oído, pedazo de vieja-bruja!!!
Se le desencajó la cara ante mis gritos, y en menos de un segundo empezó a llorar lanzando gritos y repitiendo: "me ha insultado, me ha insultado..." Sus gritos quedaban semi-apagados dentro de las manos que le tapaban la cara pero que no contenían los enormes chorros de lágrimas de su llanto.
- Paco, - que es como le llamaba a su marido, el Sr. Neira- hazles algo, mátalos, me han insultado. ¿Para qué traes gente a casa para que me traten así?
Al señor Neira volvía a quedarse sin aliento y parecía que iba a ponerse a llorar también. ¡Menuda casa de locos! En eso que el Sr. Neira cogió un puntiagudo tenedor empuñándolo a modo de arma y rápidamente le espeté:
- ¿Qué coño va a hacer con ese tenedor? Ni se le ocurra llegar a amenazarnos.
El Sr. Neira lo alzó con la mano derecha y con la izquierda agarró la mano derecha de su mujer y la puso encima de la mesa, y súbitamente le clavó el tenedor en la huesuda mano de su mujer llegando a ser tan fuerte el golpe que dejó el tenedor clavado en la mesa.
- Llora más fuerte ahora, bruja!- le dijo a su esposa y comenzó a reír mientras ordenaba a la criada que fuera preparando el despacho para atender a la familia que le esperaba abajo.
Nosotros, que estábamos acojonados, le increpamos, y mi hermano lo tiró de la silla diciéndole que él no iba a ningún despacho. Por mal que nos sintiéramos por el trato de la señora no podíamos dejar que el loco del Sr. Neira apuñalara a su mujer con el tenedor. Así mientras estaba en el suelo, yo cogí el teléfono más cercano para llamar a la policía. En medio de los gritos de la Sra. de Neira aún se le entendía:
- nooo, nooo, no llames a la policía. La culpa es vuestra.
Maldita loca, pensaba yo, tienes el tenedor clavado en la mano y encima no quieres que avisemos a la policía para denunciar al pirado de tu marido. Inexplicable, todavía alucino. En medio de todo el griterío, se oían venir por el pasillo las voces de los miembros de esa extraña família de fotocopias de humanos que estaban esperando:
- Señor Neira, ¿está usted bién? ¿Nos va a poder atender?- Le preguntaban al anfitrión.
- No es... estoy b..bien - respondía el Sr. Neira con un ataque de ansiedad provocado obviamente por lo malos que éramos nosotros.- Suban , por favor, suban. Estos señores se portan mal, muy mal. - Les pedía el Sr. Neira a los invitados peinados con la raya al lado.
En cuanto subieron dispuestos a no sé qué, nos encontraron en el salón en tan increíble escenario con la señora gritando y sangrando a borbotones por la mano, el Sr. Neira en el suelo entonando un padre-nuestro a grito pelado, la gorda de la sirvienta llorando, yo con el teléfono en la mano y mi hermano no había perdido el tiempo y había vaciado los platos de comida sobre el hijo de puta del Sr. Neira. en un acto de humillación a tal psicópata. En cuanto el padre de la familia rara se acercó en actitud amenazante, le frené su intención de agredirnos, enviándole una silla de una patada que le fue a parar el respaldo contra la barriguilla de tragón. El gordito papá se encogió en cuanto la silla le llegó a la panza. La mamá gordita y el repollo del niño estaban atónitos preguntándonos el por qué le hacíamos esto al matrimonio Neira. Dijeron algo de que el Sr. Neira era muy bueno, era el mejor curandero que había en el mundo, era un trozo de Dios en la Tierra. Si no te digo, el cabroncete! Empresario de la hostelería, la construcción, inmobiliaria y encima... curandero!!! este tío lo tenía todo.
- Pues por mi se puede ir a la mierda el curandero, usted y la madre que los parió. Si a ustedes les gusta que les dé por el caca, allá ustedes, pero este loco de mierda acaba de clavar un tenedor en la mano de su señora. Ahora mismo iremos a la policía.- Le repliqué.
- Nooo, por favor, nooo. No le diga nada a la policía, que le quitarán el título nobiliario- respondió el gordo del papá de la clencha al lado.
O sea, que temía que la policía le quitara el título de marqués al imbécil este y no le preocupaba que en medio de una de sus sesiones de curandero no le diera un arrebato y les clavara un cuchillo sanador igual que había clavado el tenedor en la mano de la loca peliteñida.
A todo esto que les dije a los míos que nos largáramos y avisaríamos a la policía en el próximo pueblo. Así salimos de ese comedor abriéndonos paso pateando sillas y empujando a los individuos que nos estorbaban el paso (el gordo y el Sr. Neira). La mujer del gordo y el niño también gordo se apartaron del camino. Abajo, en el vestíbulo, todavía estaba la vieja que supongo que sería madre del gordo a tenor del vestido, las gafas y el maldito peinado.
El caso es que salimos del palacete de esa gente tan rara convencidos de ir a la policía a denunciar lo ocurrido. Cuando llegamos a la oficina de la policía local del pueblo cercano, allí nos dijeron que dejáramos en paz a la familia Vázquez-Neira y que mejor que nos fuéramos porque era gente muy influyente y los agentes nos advirtieron que ellos mismos nos detendrían acusados de la lesión de la señora si no nos íbamos. Obviamente salimos de la comisaría con la idea de denunciar tal amenaza a una instancia más alta pero cogimos carretera y manta y nos propusimos volver algún día para hacerle la putada final al Sr. Neira pues no podía quedar eso así. Si la ley no nos era favorable para poder pararle los pies al hijo de puta del curandero, íbamos a tomarnos la justicia por nuestra mano para que la cosa no quedara así...
El caso es que pasó el tiempo, tanto como unos diez años. Vas viviendo acordándote de anécdotas vividas: unas más dulces y otras más amargas; y como si fuera un tema tabú, al recordar viejas vivencias con mi hermano, el tema del palacete de la gente rara no ha salido a relucir en nuestras conversaciones... no sé, el mal rollo de ese día se nos puso residente en el hígado más que en el cerebro y no osamos hablar de según que historias, en concreto de esta. Si hoy me estoy decidiendo a poner por escrito la historia desde el anonimato de mi blog es porque el recuerdo de aquel día ha aflorado de manera vívida en el momento en que esta tarde me ha parecido ver al Sr. Vázquez-Neira en el metro de Barcelona. Detrás de las gafas de sol que llevaba estaba él, tal y como lo recordaba, misteriosamente sin envejecer. Sé que él me estaba mirando entre la gente que se apretujaba en el metro y que me escudriñaba desde esas gafas de sol de chulo de playa. Queda pendiente todavía una cuenta que pagar...