Sunday, September 01, 2013

El chalet de la carretera

Supongo que recordarán ustedes el relato "La cabaña del Indio", una historia ambientada en el pueblo donde pasaba los veranos de mi niñez y cuyo nombre no pienso revelar. Sólo diré que está en la provincia de Barcelona y que mantiene su ambiente agrícola dedicado a la vid.

En aquel pueblo pasé mis veranos, y mi hermano y yo nos juntábamos con otros hermanos vecinos de nuestra casa con los que vivimos grandes aventuras como la ya mencionada "La cabaña del Indio", escapándonos de casa para visitar pueblos cercanos, recorrer peligrosas carreteras, senderos de montaña, fuentes perdidas y robar algún que otro melón del campo bajo el riesgo de llevarnos un merecido perdigonazo de sal en el culo. A medida que nos hacíamos mayores, nuestras aventuras veraniegas sobre bicicleta o en el monte solían llevarnos cada vez más lejos, pero de vez en cuando nos encontrábamos una nueva experiencia más cerca de lo que nos podíamos imaginar...

Con 7 u 8 años ya nos escapábamos de casa para hacer la odisea de 1 kilómetro que separaba nuestras casas en la urbanización del pueblo al que pertenecíamos. Esa carretera asfaltada de hormigón de sólo un kilómetro suponía nuestra primera frontera. Una vez salvada, y con el paso de los años, ya fue únicamente la pista de escape para nuevos destinos. En aquel entonces no habían muchas casas en la carretera y destacaba una casa amurallada que había a un lado de la misma, después de tomar un desvío de unos 300 metros. La casa no sólo destacaba por ser una de las únicas que habían en la carretera, situada en la falda del monte con una ligera pendiente, y por estar completamente amurallada, también destacaba por ser una construcción tipo chalet de grandes dimensiones. Las casas de la urbanización eran todas con una planta similar y de dos pisos; esta tenía dos pisos pero tenía muchos metros cuadrados más, además de que su recinto era una parcela mayor que cualquier otra vista por allí.

De la misteriosa casa no se sabía mucho y no veíamos nunca a nadie, no se veía entrar ni salir gente, aunque se veían a lo lejos coches aparcados tanto fuera como dentro del muro, en una zona que era visible la superficie del interior de la parcela. Habían días en que habían más coches y otros días menos... coches de gama alta y media.

A cierta edad empezamos a cuestionarnos sobre esa casa que vigilaba nuestros pedaleos por la carretera siempre que la tomábamos para ir al pueblo o más allá. Esa casa amurallada que debía guardar algún secreto que nos intrigaba en desmesura pues nos jactábamos de conocer a todo el mundo en ese pueblo: el que no era amigo era enemigo, y el que no era ninguna de esas dos cosas era uno más en el pueblo, pero al fin y al cabo uno al que conocíamos, ni que fuera de vista. Pues con el tiempo empecé a leer periódicos y a enterarme un poco de lo que había en el mundo más allá de los dibujos animados, cómics y primeros video-juegos... descubrí cierta vez la sección de "clasificados" del periódico con los anuncios de empresas y particulares, y allí vi los primeros anuncios de relax... vamos, de casas de putas. Conociendo un poco más la ciudad de Barcelona, supe de las zonas más caras y los puti-clubs de lujo que se instalaban y se anunciaban. Con esta idea me llevó a deducir que esa misteriosa casa no era otra cosa que una casa de putas de superlujo: todo encajaba, discreción, coches de lujo, nadie a la vista, chalet grande, recinto amurallado... tal vez era pocos elementos para llegar a tal deducción pero sumen a todo esto que no se veía nunca a nadie.

Ya con 14 años coincidimos con un amiguete del otro lado de la urbanización que sumó más misterio a la casa al decirnos que por su parte de la urbanización corría el rumor que era una casa donde se retenían a niños por mano de una secta. Era lo que nos faltaba, ¡que una secta se metiera en nuestro pueblo y que además retuviera a niños! En aquel entonces vi en los periódicos, y en periódicos viejos de mediados de los 80s, varias noticias que hacían referencia a sectas destructivas que actuaban en Estados Unidos, e incluso en la ciudad de Barcelona, usaban el gancho de la droga que se extendía como la pólvora entre la juventud de la capital para captar adeptos y adictos, pero lo que no imaginábamos es que los gurús de una secta se desplazaran a un pueblucho de mil habitantes para instalar una base de operaciones y llevar a cabo sus fechorías y secuestros.

El verano de mis 14 años, ya empezamos a cansarnos un poco de pedalear y nos hacíamos amigos del autostop. Craso error... si lo supieran nuestros padres nos hubieran cruzado la cara a hostias. Un día, el hermano mayor de nuestros amigos y yo, dos mocosos de 14 años, volvíamos del pueblo después de comprar un paquete de Lucky Strike, y por tal de aprovechar el tiempo nos dijimos de hacer autoestop para llegar antes a nuestro escondrijo de fumadores clandestinos sin cansarnos. Allí, en la carretera, nos paró un Citroën Dyane amarillo, el dos caballos. En él había un tío de unos 46 tacos con bigote de chuloputas y gafas de sol al estilo de poli americano. Nos subimos al coche y nos preguntó dónde íbamos y le dijimos que la plazoleta del restaurante de la urbanización nos iría bien. El tío era simpático y marchoso: tenía puesta música Salsa o Merengue o alguna de estas músicas del caribe. Al pasar junto a la casa amurallada, él nos dijo que era su casa. Al oír esto nos quedamos mirándonos a los ojos y nuestro semblante se tornó blanco. El tío, que se percató de que llevábamos un paquete de tabaco, no perdió tiempo en invitarnos a ir a su casa cuando quisiéramos pues podríamos ir a fumarnos nuestros pitillos y meternos alguna litrona sin miedo a que nos pillaran nuestros viejos. Argumentaba que él había tenido nuestra edad y sabía de las preferencias de la juventud, y en casa tenía espacio suficiente para que nos escondiéramos de nuestros viejos para meternos la fiesta. Vamos, ya le veíamos las intenciones: este tío nos quería en su casa para petarnos el culo. Le dimos las gracias y le dijimos que el viaje estuvo muy bien por la musiquilla y lo enrollao que era pero que ya teníamos nuestro escondrijo para pegarnos la fumada y bebernos las birrillas. Al despedirse el hijo de la gran puta me guiñó un ojo. Ignoro si fue por simpatía o porque sus intenciones eran de tipo homosexual, lo que sí que sé y os lo juro es que me acojoné pues pensaba más en lo segundo.

Obviamente en cuanto reunimos la pandilla, lo que hicimos fue comentar el viaje con el petaculos del Citroën y planeamos vengarnos de la supuesta proposición indecente. ¿Qué cojones teníamos que hacer? No nos podíamos conformar con pasar de él, hacer que no lo habíamos conocido, y ya está. Está claro que no podíamos decirle a nuestros padres lo de este tío y lo que sospechábamos de él y de su maldita finca llena de críos con el coco comido, pederastas o de putas de superlujo; la bronca nos la llevaríamos nosotros por subir a coches de desconocidos. Teníamos de 12 a 14 años, era nuestra edad de hacer putadas y de crecer afrontando nuestros miedos con acciones que sólo veíamos en películas. El Equipo A tenía que entrar en acción. Así nos fuimos al monte donde construíamos nuestras cabañas, donde vivíamos nuestras aventuras más silvestres, y nos dispusimos en la falda del monte que daba directamente a la pared posterior de la finca del marchoso bigotudo amante de los medianos. Allí pudimos desclavar del suelo un enorme pedrusco que estaba clarísimo que su trayectoria iría a parar de lleno al muro en cuanto lo hiciéramos rodar por la pendiente. La fuerza de la gravedad hizo su trabajo perfectamente, lo que no nos imaginábamos es que el pedrusco de unos 300 kilos se moviera con tanta agilidad al ser empujado por 4 criajos y que cayera cada vez más rápido por la pendiente carente de árboles, y lo peor de todo fue el enorme estruendo que provocó en cuanto chocó contra el muro de la finca llegando a romperlo y dejando una brecha de un metro de ancho. Empezamos a correr en todas direcciones antes de que oyéramos el primer grito de rabia del bigotudo entonando un "ME CAGO EN DIOS" muy baritonal, pero con la mala fortuna que el chuloputas estaba en el patio en ese momento y presenció en primera fila cómo se le desmoronaba la pared por nuestra acción y a lo lejos vio las siluetas de los criajos correr en lo alto del barranco que nos sirvió de lanzadera.

- Hijos de puta!!! Malditos hijos de puta!!! Por poco me matáis, cabrones!!! que estaba yo detrás del muro!!! - Nos gritaba desde la lontananza.

Me paré detrás de un pino y vi cómo el supuesto gurú pedófilo salía por la brecha de nuestra obra y gracia vestido con unos pantalones cortos, camiseta rosa, sandalias de maricón de playa y... y... un garrote. Ese tío estaba dispuesto a abrirnos la cabeza con el garrote si nos pillaba. Él corría torpemente subiendo por la pendiente y nosotros ya estábamos lejos y perdidos por el monte como para que nos pillara.

Por caminos distintos, ya anocheciendo, llegamos al garaje de casa de los vecinos para comentar la jugada. Quién más quien menos, íbamos llenos de zarzas pero enteros. Nos fuimos a la plazoleta del restaurante desde donde se tenía buena panorámica de la casa y allí vimos dos patrullas de la Guardia Civil tomando parte de la denuncia que presentaría el hombre del Citroën. Nos estábamos preguntando si la Guardia Civil habría descubierto los niños de la secta o si habría destapado el negocio de las putas de superlujo.

Durante el resto del verano evitábamos pasar por la carretera por el miedo atroz a que el señor del bigote nos reconociera o llegara a relacionar a los dos autoestopistas con los salvajes tira-rocas. Siempre que salíamos con las bicis lo hacíamos por caminos de montaña.

El miedo se diluyó, cambiamos de hábitos y el Citroën amarillo no se vio nunca más tal y como no lo teníamos visto hasta el día en que nos recogió. No llegamos a coincidir más con el bigotudo y años más tardes vimos un cartel de "SE VENDE" en la finca. El misterio, al igual que el miedo, se diluyó pero que se diluyera no quiere decir que desapareciera... No sé cuánto tiempo tiene que pasar más hasta que reaparezca el del bigote y su dos caballos para tomarse la venganza del muro de su chalet.