¡Ay qué buen invento que es el Buffet Libre! Buffet es el anglicismo para una palabra de origen francés buffet que viene a significar "mostrador", "despacho", "aparador", así como el mostrador de una tienda es donde se trata con el público. Así pues la palabra nos ha dado la idea de ser un mueble donde se expone. Estamos acostumbrados a escuchar esta palabra a la inglesa para referirnos al mostrador del Buffet Libre. Sin conexión alguna con lo que he explicado, existe la coincidencia que la palabra BUFETE, que según tengo entendido, significa CULO en caló, la variante ibérica de la lengua romaní, habla del pueblo gitano.

Vistas la etimología y una curiosidad sobre esta palabra, vamos a entrar en materia con lo que comentado que es un gran invento: la idea de comer todo lo que puedas por un precio pre-establecido. No sé quién tuvo la brillante idea de poner al alcance de los más tragones la posibilidad de salir más que satisfecho de uno de estos restaurantes habiendo pagado lo que cuesta un menú en cualquier restaurante convencional. Bueno, tal vez el precio sea un poco más caro que en otro restaurante pero el reto está en que te salga a cuenta el haber pasado por el buffet libre. Normalmente los restaurantes de buffet libre se ceban un poco en el precio de las bebidas por lo que el comensal tiene que ser un poco más vivo y pedirse la bebida más barata que haya en el restaurante que generalmente suele ser agua. En cuanto a la bebida y su proporción con respecto a la comida voy ahora a dar un pequeño consejo. Tomen nota:
Por favor, vigile de no hincharse el estómago de líquido ya que no alcanzaría a meter en el estómago la cantidad suficiente de comida para que salga a cuenta haber ido a comer a ese sitio. Ya he escrito que se tiene que obtar por la bebida más barata, el agua mineral sin gas, que suele venir presentada en botellas de litro y medio. No sea toca-cojones con si la botella viene desprecintada, si tiene el gusto de la cañería, que si se nota que es del grifo y han rellenado la botella. Déjese de imbecilidades y dedícase a engullir comida que para eso hemos venido, el agua sólo tiene que ser para, en caso de atragantamiento, poder salvarnos la vida o salvarnos del bochorno de ponernos a toser de manera escandalosa mientras nos atragantamos con piezas alimenticias mayores de las que nuestra garganta puede admitir. Así pues evite beber agua y dedíquese a lo que ha venido, a papear. Por supuesto no me sea cenutrio y vaya a pedirse un refresco carbonatado para acompañar la comida porque, además de que le va a costar un ojo de la cara, las burbujas de los refrescos de naranja, limón, cola,... se concentran en el estómago, nos lo hinchan y éste interpreta que ya está lleno y, por tanto, el cerebro nos da una información falsa diciéndonos que ya estamos satisfechos cuando aun tenemos centímetros cúbicos de estómago por llenar. Ni qué decir tiene que no se decante por bebidas alcohólicas por la razón de la cantidad-precio.
Yo quisiera dejarle claro que en la única situación en que se puede permitir tomarse un refresco de burbujas para acompañar una comida es cuando vaya a un Restaurante Chino ¿por qué? pues porque como uno ya paga el menú, y el menú tiene un principio y un fin, no tiene que reservar espacio para ver cuánto más puede meter en su estómago, simplemente usted ya sabe qué es lo que hay y tiene que contar con ese espacio. Sólo en este caso se permite el uso de una bebida carbónica pero, ojo, no sea burro y no se vaya a pedir una lata de Coca-Cola por aquello de que van 33 cl., y sería usted un tontorrón profundo si se pidiera el botellín de 20 cl. de Coca-Cola (aunque tenga mejor sabor). Usted lo que tiene que pedir en estos casos es una botella de gaseosa. ¿Por qué? pues porque por el mismo precio de una lata de Coca-Cola de 33 cl. se puede meter medio litro de gaseosa que, al fin y al cabo, usted lo que quiere es notar un saborcillo dulce y con burbujas en el fluido que acompaña su "menú-diario-lunes-a-viernes-mediodía,-5€.-excepto-festivos" o lo que coño suela pedir en un chino.
Sobre la comida de los restaurantes chinos diré que me encanta. Ya sé que lo que nos ponen en estos restaurantes está a años luz de lo que realmente comen los chinos en China. Para el que no esté iniciado diré que la gastronomía china difiere mucho de la nuestra ya que allí se lo comen todo, y cuando digo todo es todo. En China comen alimentos que aquí no comeríamos jamás, alimentos como todo tipo de insectos, escorpiones, perros, ratas, etc... Existe la anécdota en la que un embajador británico en China recibió en su casa a no sé qué ministro del gobierno chino. El embajador tenía una perra que acababa de dar a luz una camada de cachorros y después de la reunión el británico decidió regalarle dos perrillos al ministro chino. Al cabo del tiempo el chino agradeció al británico el regalo diciéndole que los perros estaban muy buenos y que hicieron las delicias de los invitados a su casa. Pues lo que decía, en China se come muy diferente de lo que nos ponen en los restaurantes chinos de Europa. Aun y así sí que hay platos comunes como el "cerdo agridulce", el "rollo de primavera" o el "plátano frito".
La comida servida en los restaurantes chinos me mola un mazo porque:
1º. Es abundante (sin más comentarios)
2º. No es a lo que estoy acostumbrado (me gusta variar)
3º. Es muy golosa por ese magnífico invento que es el potenciador del sabor llamado Glutamato el cual ponen en todos los platos de manera bestial.
Llegados a este punto ya están ustedes preparados para saber cual es la máxima aspiración en lo que en materia de papeo se refiere: EL BUFFET LIBRE ORIENTAL
Sí, amigos, si me gusta la comida china y me gusta ingerirla en cantidades industriales, mi máximo sueño es reventar en un buffet libre de comida china a la europea. Comida golosa y a granel aderezada con las más exquisitas salsas de soja tostada, yogur, tahín (pasta de sésamo), salsa de cachuete, etc... Infinidad de ensaladas de lechuga Iceberg con gelatina de agar, rollitos de primavera, la siempre apetecible ternera con salsa de ostras, el gelatinoso pollo con almendras, los tallarines fritos con ternera o gambas, deliciosos bulbos de pasta rellenos de preparados cárnicos con un sinfín de especias,... y todo esto en las más grandes cantidades que un ser humano pueda comer.
Aunque un servidor actualmente no tenga por costumbre comer carne me salto la dieta semi-vegetariana cuando tengo al alcance estos exóticos manjares suculentos en los que los productos de origen animal saltan del plato rogándome que los devore para así llenar mi cavidad bucal de una orgía de sabores y aromas que me transportan en una nave que surca el mar del más placentero de los placeres gastronómicos.

Por la filosofía de la comida vegetariana estuve una vez en una feria dedicada a las costumbres del naturismo, la alimentación biológica, etc... en esta feria había azafatas que repartían publicidad de diversas empresas dedicadas a la agricultura ecológica, alimentación natural, etc... y, cómo no, restaurantes vegetarianos. Así una chica me ofreció la tarjeta del restaurante para el que trabajaba. ¡Dioses! tal vez aquel momento fue una revelación divina. En cuanto leí la tarjeta se me abrió el cielo:
RESTAURANTE VEGETARIANO ORIENTAL - BUFFET LIBRE.
Naturalmente no pasó ni una semana que ya me presenté en el citado restaurante a ver qué se cocía, y nunca mejor dicho. La decoración, hay que decirlo, era muy cutre. El restaurante por dentro simulaba el compartimento de pasajeros de un avión, con ventanillas en las cuales se podían ver vistas aéreas de la ciudad de Nueva York, paisajes de la Micronesia, la Torre Eiffel, etc... las paredes de maedra aglomerada mal-pintadas con esmalte "verde laguna", mesas fijas muy feas. Al inicio del local la barra del bar y al final del mismo... ay! al final del mismo, justo antes de la cocina y los labavos. Al final del local: EL BUFFET. Un mueble de acero inoxidable en el que las bandejas se mantenían calientes por el sistema de calefacción del mismo buffet, bandejas cargadas de comida, eso sí toda vegetariana, dispuesta a ser servida en los platos que se amontonaban junto a la ventanilla de la cocina por la que no paraban de salir más productos alimenticios listos para consumir.
La ventaja es que el restaurante no estaba muy concurrido lo que me permitía ir y venir contínuamente de la mesa al buffet y del buffet a la mesa con todo lo que me iba a llevar al estómago sin vergüenza alguna. Además como las mesas estaban separadas por cortinillas uno tenía la intimidad suficiente para poder cargar el plato hasta los límites del equilibrio y llevarlo a la mesa para devorar el contenido resguardado de las miradas de los que son igual de glotones que yo pero que van a fijarse en lo mucho que come el vecino.
¿Qué comí? todo y de todo. Desde ensaladas inundadas de salsas, falafel (bolas fritas de harina de garbanzo típicas de la cultura árabe), patatas guisadas en salsa ligeramente picante, rollitos de primavera de col, lechuga y zanahoria, bambú guisado en salsita, tallarines de harina de arroz salteados con setas shiitake, estofados de tofu, sopa de azuquis (especie de legumbre asemejada al frijol), arroces de todas clases, etc... Madre del alma, aun y después de varios viajes al buffet el plato siempre aparecía vacío cuando me levantaba de la mesa.
Cuando terminé me pedí un té de gengibre. ¡Qué calentito! ¡qué picantito! ¡qué delicioso! Bebí un trago bueno de ese caldo tan aromático. Noté cómo bajaba el calor por mi esófago arrastrando cualquier trozo de comida que hubiera quedado pegado al interior de la luz de la parte alta de mi tubo digestivo. En cuanto el cálido líquido llegó a mi estómago noté como si diera una vuelta entera al gran bolo alimenticio que yacía en mi panza esperando a ser digerido por mi sistema digestivo. La sensación de notar el calor paseándose por la pared interna de mi órgano gástrico me dio un vuelco que me hizo palidecer y sentir como un escalofrío me recorría la columna vertebral hasta llegar a mi cerebelo, desde éste se mandaría un mensaje nervioso a la protuberancia que activaría el sistema parasimpático de mi cuerpo. Este mensaje fue devuelto a mi estómago en forma de orden para que la musculatura lisa de éste actuara dicéndome que tenía que ir urgentemente al labavo. Con sudor frío, pero calmadamente, fui al labavo y, apuntando mi boca al interior del WC, eché las rabas. Mientras vomitaba, notaba como los azuquis que había comido en sopa sin masticar salían disparados cual munición de una ametralladora M-60, proyectándose sobre la superficie interior del WC hasta el punto que pensaba que iba a romper la cerámica del Roca.
Cuando salí del labavo me pregunté si me había salido a cuenta ir a ese buffet libre. En realidad qué buscaba yo ¿alimentarme o simplemente comer? Yo lo que quería era papear, cuanto más mejor, saborear la comida. Y así lo hice. Mi cuerpo no sintió la sensación de estar hambriento porque comer había comido lo único es que nutricionalmente hablando no me había servido para nada pero yo salí de allí contento. Voy a decirles que, en la edad antigua, los romanos como no tenían tele se tenían que entretener con otras distracciones, de ahí las famosas fiestas y bacanales en las que se recreaban en vícios y placeres, y no tanto con el sexo que lo había, si no con el gran placer de la comida. Los romanos en esas fiestas practicaban el sexo con el fin de practicarlo de manera lúdica y no de reproducirse, de la misma manera comían por el placer de comer y no de alimentarse, y para evitar engordar tomaban sustancias emetizantes que les ayudaban a vomitar lo ingerido de manera lúdica. Para alimentarse comían en casa, para disfrutar del placer de la comida comían en sociedad. Al día siguiente volví para tomarme la revancha con ese maldito té de genjibre y me puse ciego de nuevo. Esta vez no me dio el vuelco en la panza y gané la batalla. No me volví a sentir como un romano.
VIVA EL COMER. VIVAN LOS BUFFETS LIBRES.