Con este artículo se inicia una mini-serie de posts de temática gastronómica. Y es que ya hacía falta que los lectores de este blog tuvieran unas dosis de uno de los placeres más grandes de la vida como es el comer. En siguentes posts se hará un análisis exhaustivo de mis experiencias culinarias tanto como comensal como por haber sido profesional de la restauración. Ahora, sin más dilación, les dejo con el artículo sobre uno de los temas que más han preocupado a niños y mayores como ha sido el comedor de los colegios.
Antes hablaba de uno de los placeres más grandes de la vida... bueno, precisamente un placer no fue lo que se narra en las siguentes lineas ya que se puede hablar de un trauma infantil. Un servidor de ustedes y su hermano en los primeros cursos de EGB (sí, hemos tenido una educación reglada ¿qué os pensábais?) vivían en un pueblo de la costa gerundense y el colegio estaba, entonces, apartado del núcleo urbano con lo cual, al no tener coche nuestra madre, nos veíamos obligados a quedarnos a comer en el comedor del colegio. Ahora muchos de los que leen esto dirán: "Hala! ahora te vas a meter con la comida de los colegios. Pues yo me quedaba al comedor y me molaba" pues yo contesto: "Me alegro que te molase. Si hubieras estado en aquel comedor no dirías lo mismo".
Lo mejor de quedarse a comer en ese colegio era que coincidíamos con un chaval de segundo, Manolo (yo iba a primero) y uno de séptimo, Evaristo. Así, nos sentábamos en una mesa de 4 (en sentido de las agujas del reloj) Evaristo, Manolo, yo y mi hermano. Lo pasábamos en grande con las tonterías que soltaba Evaristo. El tío tenía puntazos.
Lo peor: la comida. En ese colegio la comida era una mierda. No. Corrijo, la comida era una puta mierda. Comer mierda y comer esa comida era lo mismo. Si alguna vez me preguntan ¿a tí te gusta la mierda? yo respondo que no ¿y por qué puedo decir que no me gusta la mierda? pues porque la he probado. No me he comido ningún truño, no. No seamos guarros. Pero aquella comida era mierda.
Si alguna palabra podía definir el comedor de ese colegio la palabra es ASCO. Me daba asco entrar en aquel comedor, que aunque disfrutaba de un escenario para exposiciones y obras de teatro, el aspecto rancio de las paredes con los pósters de paisajes ya amarillentos por el desgaste ya me removían las tripas. Me daba asco el olor de la cocina donde tenía lugar la macabra preparación de los víveres-vívoras (porque eso era venenoso). Me dio mucho asco una vez llevar la bandeja de la bazofia que comíamos a la misma cocina y sorprender a las dos cocineras (por llamarlas de alguna manera) comiendo los restos de la ensalada que había aquel día, sobre todo el detalle que presencié: una cocinera con cara de asco que se comía una aceituna y, en ese momento, se sacaba el hueso de la boca mientras cogía la siguente aceituna para papeársela. Me daban asco los macarrones al gratén que no eran más que un pegote de pasta pasadísima con tomate de manera testimonial (o sea más blanco que rojo) y un queso que, lejos de estar gratinado, estaba crudo. Seguiría enumerando platos inmundos y no terminaría... Pero lo que más asco nos daba a mi hermano y a mi era cuando nos ponían: EL HUEVO ASQUEADO.
¿Qué coño era El Huevo Asqueado (en adelante EHA)? Pues EHA era una especie de huevo frito. Y me dirán ustedes: "pero si el huevo frito es la comida favorita de los niños". Sí, el huevo frito sí pero es que aquello era EHA. Presentado en un plato de metal, redondo y pequeño, como los platos donde se pone la ración individual de canelones, EHA yacía en él sin más guarnición que el huevo en sí. Una clara con los bordes tostados, sin apenas burbujas de su cocción, y la yema de color amarillo selectivo (el amarillo claro de las luces de cruce de un coche de los años 80 y 90) le daban a EHA un aspecto como... de plástico. Me recordaba al típico huevo frito de plástico que incluyen en los juegos de comiditas para las niñas. Cuando uno pasaba el tenedor por la superficie de EHA no encontraba imperfecciones, simplemente era una superficie lisa. No hablemos ya de la yema: a parte del color, que ya he comentado, debo añadir que la maldita yema estaba completamente cuajada. A todo niño le gusta mojar pan en la yema del huevo frito, con EHA no era posible ya que, más que cuajada, estaba petrificada. La solidez de la yema hacía que no se pudiera mojar pan alguno y que si uno cortaba con un cuchillo EHA quedara seccionado dejando a la vista un interior perfectamente lleno de yema cuajada de color amarillo selectivo. Pero lo mejor está por contar, y es el sabor.
El sabor.
Vamos a ver. Si le llamo EHA ¿por qué puede ser? Lógicamente por el asco que daba. Un sabor rancio que no he vuelto a experimentar en mi vida. Mis papilas gustativas no han tenido ocasión de saborear otra vez esa mezcla de rancidez, amargura y no sé cuántos sabores inmundos más combinados en el cúmulo de aromas bucales más asquerosos que haya probado en mi vida. Ahora, ya de mayor, me cuesta de imaginar otro sabor comparable a aquella porquería. He comido de todo, me gusta comer y he saboreado algunos manjares que me han gustado más y otros que menos, además de otros que no me han gustado nada, pero el recuerdo que tengo de EHA es algo indescriptible que me hace venir arcadas tan sólo de pensarlo pero como soy masoquista en este aspecto voy a intentar de poner palabras a tan horrible sensación estomatológica a la vez que miraré de dar una explicación al origen de tan monstruosa aberración culinaria.
He comentado que se trataba de un sabor rancio, como si fuera un alimento que se haya pasado de la fecha o simplemente no esté destinado al consumo humano. No sé si alguno de ustedes, hambrientos lectores, han mordido o lamido alguna vez la pezuña del jamón que cuelga de un gancho de la cocina por Navidad. Si es así, ¿verdad que tiene un sabor como amargo y fuertemente concentrado? Pues EHA tenía un sabor similar pero como si el puto huevo hubiera estado frito con aceite requemado, con un aceite que se haya usado más veces de lo debido y muchas más. Ahora dudo que ese aceite pudiera ser de gira-sol, ni mucho menos de oliva. De hecho como esta historia ocurrió a principios de los años 80, es muy posible que el aceite fuera de colza y que, juntamente con los refritos de los que era objeto durante semanas, el aceite se volviera más peligroso que el gas sarín. Afortunadamente sólo estuvimos 2 años en ese colegio, mal-disfrutando de ese comedor inmundo, de haber estado más tiempo hubiéramos formado parte de las estadísticas de mortalidad infantil (o tal vez nos hubéramos hecho inmunes a toda enfermedad).
En casa denunciábamos los hechos diciéndoles a nuestros padres que la comida en el cole era muy mala, que era una mierda, evidentemente dimos parte del plato que en especial nos tenía amargados (nuestro querido EHA) pero nuestros padres en lugar de decir: "pero cómo se atreven a poner tal bazofia!" no, se partían la caja en un mar de risas por el apelativo con el que habíamos bautizado a uno de los platos más antiguos de la historia y que en ese colegio se convertía en nuestra peor pesadilla. Nuestros padres nos decían que no es lo mismo cocinar para 5 personas que para tanta gente como había en el comedor del colegio y que era normal que la comida no fuera tan buena como la de casa. Pero es que la comida no era buena en absoluto. Además nuestro padre nos decía que en otros tiempos se pasaba hambre y la gente se lo comía todo por malo que fuera y que cuando él estaba en el colegio de curas uno no podía escoger la comida, lo que había era lo que se comía, sin más contemplaciones.
Hoy en día hechos como los que he narrado no tendrían lugar. Seguro que se hacen catas de los menús que se sirven en los colegios para que los padres vean que sus hijos están bien alimentados y que la comida no sólo cumple con su función nutritiva, en base a una dieta "sana y equilibrada", sino que el sabor de la misma hace que la hora de comer no sea un suplicio para los paladares de los niños. Pienso yo... ¿sesiones de catas para la conformidad de los padres en 1981? Jamás de los jamases. Decían que en el servicio militar se comía mal y que los reclutas se veían forzados a tener que comprarse bocadillos durante el paseo y que cuando iban de permiso a sus casas volvían al cuartel cargados con el chorizo de cantimpalo y el pan redondo de kilo. Pues una mierda! donde se comía mal no era en otro sitio que en el maldito comedor del colegio donde estudié primero y segundo de EGB.
Y dicen que el "fast food" es comida-basura. El Huevo Asqueado era una BASURA POR COMIDA.
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