Tal y como les anunciaba en el post anterior, reemprendo esta estupenda serie de temática grastronómica con otro puntazo derivado de mis experiencias como profesional de la hostelería.
Esta vez voy a centrarme en otra desventura del ser humano de hambre sin fin. El mismo protagonista de "El bocadillo de Mortadela" tuvo la mala suerte de ser cliente habitual de un camarero burleta que sólo hace que recordar las paridas que se sucedieron en el tiempo que trasncurrió como camaruta en su trayectoria profesional.
Un buen día nuestro glotón cliente entró con un ligue.
¡Hombre! - exclamamos todos - ¡por fin se ha echado novia! A ver si así sienta la cabeza.
Su compañera se propuso enderezar a nuestro amigo en el buen camino de la vida, empezando por ponerlo a régimen para que perdiera unos kilos y mejorara sus hábitos alimentarios para llevar una dieta más sana y equilibrada. Una tarea extremadamente difícil.
La feliz parejita cenó algo ligero porque tenía intención de retirarse pronto, supongo que para hacer un poco de ejercicio y no gimnástico precisamente, pero decidieron rematar la velada con unas copas. Así pues, se pidieron un pelotazo cada uno. No sé si fue que, por haber comido poco, el pelotazo se le rebeló dentro del estómago e hizo que se le abriera el apetito de manera terrorífica, aprovechando la mínima oportunidad que tuvo para darse una dosis de satisfacción gástrica. Veamos cómo fue:
Ella: Me voy al labavo un momento.
Él: Vale.
Ella: Camarero. Vigílame que no coma ni beba nada más, que ya ha tragado bastante.
Camarero: No se preocupe, señorita. Su acompañante permanecerá en inanición.
Ella: Eso espero.
En seguida que la chica se metió en el labavo, él se acercó a la barra y pidió cuatro rollizas croquetas que ya tenía pipeadas desde que había entrado en el bar y que no había pedido porque no "eran de régimen". Apetitosas croquetas de pollo rebozadas de manera artesanal, como todo lo que se hacía en aquel bar. Le ofrecí calentarlas en el microondas, cosa que nuestro glotón profesional rechazó para no perder tiempo, y sentado en un taburete enfrente del surtidor de cerveza, se las metió todas en la boca quedándose en con las manos juntas delante de la boca mientras disimulaba los movimientos de mandíbula que le permitían masticar las cuatro croquetas (juntas podrían pesar unos 200 gramos). Su compañera salió del labavo y vió a nuestro gordo amigo en una posición que más bien podía recordar a alguien que estuviera rezando delante del surtidor de cerveza.
Ella: ¡Qué! ¿Qué coño haces ahi? ¿Ya estás comiendo?
Él: mmffNo... mmf. - respondió con la boca llena.
Ella: eres incorregible. Glotón! Más que glotón!
Él permaneció en total silencio con la cara toda roja, más que de vergüenza, por el principio de atragantamiento que parecía que iba a suceder.
La mujer, cabreadísima, volvió al labavo no sé a qué, y él aprovechó esa nueva ausencia para tomarse un "cubata-express". En menos de lo que canta un gallo me pidió un Gin Tonic, se lo serví y él se lo bebió de un trago como si viniera del desierto del Sáhara.
Ella salió de nuevo del WC y ordenó al cerdo humano pagar la cuenta y marcharse.
Al cabo de media hora volvió nuestro cliente preferido. El mosqueo de ella hizo que no hubiera remate de la velada y esto hizo que el hombre se decidiera a terminar la noche con un placer aun más grande que un polvo. ¿Que qué dijo en cuanto entró?
Él: VENGO A COMEEEERRRR!!!!
Su rápido ojo para todo lo que era papeo estaba perfectamente entrenado con memoria fotográfica y nos dijo que ya había visto cómo metíamos una ensalada de alubias con tomate, cebolla, pimiento y atún (un empedrado) en la nevera expositora de la barra del bar. Su mente criminal había retenido esa imagen y fue devorando, tapa a tapa, la ensalada hasta dejar la bandeja de kilo y medio completamente vacía. ¡Y además con pan!
Cuentan los vecinos sobre el ataque de pedorrera que se oyó en su piso durante aquella noche. Un ataque de pedorrera que arrastró varios días, por lo que tuvimos noticia por él mismo, cuando nos contó que se le escapó un silencioso pero letal pedo en un autobús y todos los viajeros echaron la culpa a otro señor al que expulsaron del vehículo de transporte publico acusado de marrano, cuando fue nuestro cliente el que, callado como un puta, eliminó aquel demonio en forma de pedo.

Yo: Buenos días. Con mucho gusto.
Después de meterse tres cervezas no parecía que la sed se terminara y decidió beber tres botellines de CocaCola y, como el calor persistía en su garganta, mi padre le recomendó:
Padre: Oye, en lugar de seguir metiéndote cervezas a las 11 de la mañana ¿por qué no te bebes un Trinaranjus? El trinaranjus es refrescante y ni te emborracharás ni te llenarás el estómago de burbujas.
Él: Bueno. Vamos a probar esto del Trinaranjus.
Ni que decir tiene que este señor no tenía mesura alguna con lo que era el verbo ingerir. Se llegó a meter hasta 18 Trinaranjus seguidos. El líquido de las botellas de Trinaranjus entraba en su estómago de un sólo trago y el espacio de tiempo que había entre botella y botella era sólo cuando él decía:
Ponme otra.
Ahora analicemos la ingesta con números:
Si cada botella de Trinaranjus contiene 20 cl, los botellines de CocaCola tienen también 20 cl. y las de cerveza eran medianas de un tercio de litro, ¿Cuántos litros de líquido se metíó en el plazo de una hora? ¡¡¡fue un total de 5 litros de líquido!!! Y ENCIMA PÁGALO! La broma, tratándose de aproximadamente el año 1994, le salió por casi 3.000 pesetas (el botellín de refresco se pagaba igual que el tercio de cerveza: unas 125 pesetas). Las 3.000 lentejas son 18 € pero por el crecimiento económico si vas a un bareto y te tomas todo lo que se tomó el colega cuenta que como muy barato te tendrías que gastar al menos un euro por botellín. Así digamos que 18 de Trina, 3 de ColaCola y 3 de birra, a un euro cada botella: 24 Eurazos, el equivalente a 4.500 pesetas. Pero, claro... los cálculos los he hecho a la baja ¿A ver en qué bareto te tomas una birra por 1 euro? Obviamente, hoy en día está todo mucho más caro y ya con un café au lait se te van 1.20€; ¡doscientas pelas, tío!
En este caso la culpa de todo no fue de su sed, no fue de su ansia por introducir cosas en el estómago, no fue ni mucho menos culpa de mi padre quien le dio la idea del Trinaranjus. La culpa fue del propio Trinaranjus que por ser dulzón, fresquito y sin burbujas, hace que te entre como si fuera agua y ni te des cuenta.
Las burbujas en un refresco pueden servir como freno para evitar la ingestión descontrolada de líquido. A veces -no sé si les ha pasado a ustedes- pero al recién abrir una botella de ColaLoca y meterle el primer buche, el exceso de burbujas súper-rabiosas ha hecho que no me pudiera meter un trago guapo, teniendo forzosamente que tomar buches más pequeños para evitar que una invasión ofensiva de burbujas me colapasara el estómago hasta el punto que pudieran bloquear mi cárdias impidiendo la llegada de más líquido hasta que el gas no fuera expulsado en forma de sonoro eructo.
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