Monday, July 01, 2013

El misterio del Sr. Prudencio

Aunque yo trabajaba en un negocio familiar mientras no estaba en el instituto, me veía obligado a trabajar fuera del ámbito de la familia para conseguir dinero extra, concretamente para el viaje de estudios que tenía proyectado para ir al extranjero. Buscando trabajo encontré un bufete de abogados que necesitaban a un joven que repartiera la publicidad por buzoneo. Allí conocí a un personaje de los que sólo parecían estar en las películas: el Sr. Prudencio.

He conocido gente solitaria pero pocas veces he conocido gente que realmente estuviera sola. Sé de gente solitaria, que vive sola por motivos de trabajo o familiares pero, quien más quien menos, tiene su familia en un sitio u otro. Sólo en las películas se veía gente que no tiene a nadie y que se les ve trabajando, divirtiéndose, en relaciones esporádicas propias del guión, pero sin que se conozcan familiares ni próximos ni lejanos. El Sr. Prudencio era un hombre que correspondía al perfil de persona solitaria sin más familia, como si fuera un personaje de película: un quiosquero de Nueva York que aparece asesinado y que a su entierro sólo van cuatro clientes, como el misterioso protagonista veterano del ejército (al cual no se conoce familia) que es llamado a filas después de que haya cumplido en la guerra, ganándose un Corazón Púrpura, y es el único que puede resolver un caso de rescate de militares...

El dueño del bufete me advirtió de que si el Sr. Prudencio venía bebido por las mañanas se lo comunicara. Me contó que en más de una ocasión había llegado con un fuerte olor de alcohol dando la excusa de que "hace mucho frío y me he bebido una barrecha para calentarme". Estos hechos no gustaban a la gerencia del bufete y no querían  dejarle pasar más estos deslices pues ponían en peligro la imagen de la empresa además de la propia seguridad del Sr. Prudencio que no digamos que pudiera tener un accidente al cruzar la calle por ir bebido o protagonizar un episodio violento repartiendo la publicidad del bufete en un portal, etc. Me quedé con estas palabras y empecé mi trabajo con el misterioso Sr. Prudencio.

Cobrábamos puntualmente 2000 pesetas al día trabajando por las mañanas repartiendo la publicidad por el barrio y barrios colindantes del bufete, y todos los días recibíamos nuestro salario por la semana trabajada. Me gustaba el trabajo, me gustaba la libertad de moverme por las calles y conocer la ciudad, ver la variedad de escaleras, apellidos en los buzones, trato esporádico con el mundo, conocer la ciudad desde un ángulo distinto. Era un trabajo tan interesante como el de camarero pero con la ventaja de que te movías e ibas cambiando de escenario sin llegar a aburrirte de estar siempre en el mismo sitio. Además, me sentía bien pagado y pude financiarme el viaje de estudios.

El objetivo era salir por la mañana a la hora indicada y volver al mediodía juntos a la hora indicada. No estaba bien visto por la empresa perdernos, más que nada porque deseaban que el Sr. Prudencio estuviera vigilado. Teníamos un mapa donde se nos marcaba la zona que teníamos que cubrir de publicidad y dejar constancia del número de papeletas que dejábamos en cada portal de cada calle. Al día salían unas 1500 papeletas. La relación con el compañero no me era difícil.pues no era yo persona muy habladora y él tampoco solía soltar prenda. Sí que de vez en cuando sacaba su cigarrillo NB y me decía:

- Yo aprovecho estas calles más pequeñas para... fumar... - y mientras acababa la frase parecía que soltaba el humo del cigarrillo.

Hasta que un día me decidí por tirarle de la lengua y me soltó lo que se estaba guardando desde hacía muuuchos años. Me contó que tenía 56 años y que era natural de Cantabria, y se había dedicado a la minería en sus tiempos mozos. Tenía una hermana con la que se vino a Barcelona pero que no sabía nada de ella. Se perdió el contacto. Él vivía alquilado en una habitación de un piso donde había más gente como él, alcohólicos, drogadictos, ladrones, estafadores de poca monta,... un ir y venir de personajes salidos de las partes más oscuras de la ciudad, pero sin tener que ir a buscarlos a ningún sitio típico como puede imarginarse (Ciutat Vella, La Mina o el Paral·lel). Por lo que me decía, él vivía en el Turó de la Peira. Su vida era sencilla, no tenía nómina, no pensaba en una pensión por jubilación ni se preguntaba por qué no tenía hijos ni qué iba a ser de él cuando no pudiera trabajar. Comía siempre lo mismo, y siempre una vez al día: un arroz con pollo que le preparaban en un bar de Sant Andreu donde se acostumbraba a dar de comer a personajes como él. Un bar que yo me imaginaba que servía de comedor social para marginados en que se solía servir ese arroz con pollo a modo de sopa boba. Con lo que le daba el trabajo repartiendo publicidad se tenía que apañar para poder comer su ración de arroz y su paquete de tabaco NB... ah, y su dosis de alcohol.

Decía estar rehabilitado del alcoholismo pero no era cierto. Se le veía que alguna vez no había comido por gastarse el dinero en bebida. Pero el colmo fue cuando un día le perdí la pista durante la jornada. Le busqué por las calles que teníamos que hacer, las que habíamos hecho y la que estábamos haciendo... ni rastro. No le encontré. Dada la hora fui a la oficina y conté lo sucedido. Mientras los jefes me decían que eso no podía ser nos sorprendió que llegara el Sr. Prudencio con una borrachera como un piano profiriendo todo tipo de insultos. En ese momento ya se le negó la entrada a la oficina y no se supo más de él: allí lo despidieron.

Esto ocurrió en 1993 y no creo que el Sr. Prudencio llegara a ver el fin de siglo.


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