En un artículo anterior les presenté al entrañable Adrián. Un chico al que parecía le faltaba un hervor, que venía por la radio.
Tras la peripecia del pan tostado, cierta vez acudió a nuestro programa de radio en el que estábamos dos colaboradores y un servidor haciendo el programa y tratando temas como la insumisión al servicio militar, y amenizábamos la sesión con las cintas de cassette con demos de bandas emergentes que llevábamos cada jueves a la emisora.
Allí apareció nuestro Adrián. Esta vez ya venía merendado de casa y no dio mucho pie a que nos mostrara sus preferencias por el pan tostado con ajo y aceite de oliva. Esta vez, después de hablar un poco con los contertulios sobre música; diciendo que le gustaba todo lo que se pinchaba en el programa (generalmente punk, hardcore, thrash, heavy...) ; pues llegó el momento en que se ausentó del estudio cuando parecía que ya no le hacíamos más caso porque estábamos inmersos en nuestro programa.
Al cabo de 20 minutos llegó con una cinta de cassette. La típica cinta de cassette de expositor de bar o gasolinera, que él mismo parecía que había comprado a toda prisa en un bar cercano y que se la regalaba a nuestro "director" del programa. El hombre, asombradísimo, se quedó callado diciendo:
- y esto?
+ E... E... Es pa... pa... para ti. Q... q... que como te gusta la música, t... t... te la he comprado.
- Ah, pu... pues gracias.
La cinta de cassette era la típica cinta de gasolinera que constaba de un recopilatorio de música setentera, rumbera y pachanguera, con el atractivo de tener una tía en pelotas en la portada. En casa habíamos tenido alguna de estas cintas, y de pequeños, la verdad, que la música era lo de menos cuando te podías pasar horas mirando las domingas de la chica de la portada. Pero es que la música además era infumable. Pues eso fue, le hizo un regalo a cuento de nada, sin saber de qué era la cinta de cassette; y que además le costaría perfectamente unas 600 o 800 pesetas (actualmente serían unos 5€, pero además de aquella época).
Pues en cuanto se marchó, nuestro director de programa dijo que no quería eso. Que no le gustaba y que además no había pedido nada al chico como para que le comprara a cinta. Yo le dije que dejara la cinta en la emisora como fondo documental para la radio; que algún provecho se le sacaría. Pero es que el otro colega vino diciendo que no sé quién del casal le comentó que era habitual que nuestro amigo y vecino Adrián hiciera regalos de cosas que cogía sin permiso y que finalmente llegaban a su punto de origen porque no se aceptaban sus regalos y alguien siempre acababa reconociendo el artículo en cuestión y era éste retornado a su sitio dentro del Centro Cívico.
Fue la segunda y última vez que tuvimos la experiencia de tratar con Adrián. Sabemos por los más habituales del Centro que se dejaba caer por allí, pero nosotros como solo íbamos a hacer el programa de rádio pues no solíamos coincidir con él.
Aquel Centro Cívico era un hervidero de freaks, sin duda. Ya no solo por el hecho que estuviéramos en él haciendo nuestro programa; sino que podríamos recordar a El Banquero, El Gri,...
De los tiempos en que íbamos a hacer radio ya no debe quedar nadie en ese Centro Cívico, pero sí que años después de nuestra aventura radiofónica, iba yo de vez en cuando para visitar a los pocos conocidos que tenía por allí, y siempre había alguien que me reconocía como el chico de Autodefensa. Cualquier día volveré a ver qué se cuece; a lo mejor hasta me encuentro a Adrián para darme alguna nueva receta de pan tostado.
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