Monday, December 13, 2021

Los siete abetos 1a parte

Ya saben, mis queridos lectores, que de vez en cuando rememoro alguna de mis aventuras y vale la pena decir que las mejores las viví en una tierna infancia, cuando mi hermano, nuestros amiguetes y un servidor éramos como la pandilla de los Goonies: chicos de entre 9 y 14 años, viviendo mil y una aventuras a lomos de nuestras bicicletas. 

No hace mucho estuve narrando de viva voz nuestra historia de La Cabaña del Indio, y cómo nos pudimos zafar de las manos de aquel come-niños que vivía apartado del pueblo. Estando yo en nuestra casa del pueblo, y explicando algunas de las anécdotas vividas por nuestra pandilla, rememoré un episodio de nuestra vida que; no sé porqué, quedó oculto en mi mente y que ahora pienso poner en este escrito una vez superados mis miedos... o no.


Era en aquella época, sobre 1988 que mi hermano y yo ya le birlamos a nuestro padre un libro llamado Relatos Insólitos; de cuentos de terror escritos por Luis Vigil e ilustrados por el gran Auraleón. De allí sacamos más tarde inspiraciones para canciones ya en nuestra época de músicos, y de allí mismo empezamos a tener nuestros primeros terrores literarios al leer historias como "La Dama Blanca de Berlín" o "Derribará la puerta y te devorará".

Pues ese mismo año, nos adentramos en el monte para explorar nuevos parajes donde construir nuestra cabaña y tener nuestro rincón secreto. Habíamos subido a ese monte muchas veces, pero esta vez nos fuímos más allá resiguiendo un camino de tractores por donde algún pagès transitaba para la vendimia o la recogida de almendras de unos almendros supuestamente abandonados. Por aquel caminillo llegamos al lugar perfecto, un lugar en plena ladera del monte y resguardado de la vista de la carretera y del pueblo, un lugar tapado por 7 imponentes cipreses. La gracia estuvo en bautizar el lugar como "Los siete abetos" (aunque fueran cipreses) ya que en el libro antes mencionado había un relato con este nombre. Pero cuál sería nuestra desgracia que el sitio guardaría más relación con el relato de terror de lo que nos pensábamos.

El tragín de subir materiales para la cabaña a ese lugar era algo duro, pero valía la pena pues estaba lo suficientemente lejos de casa, de la carretera y del pueblo, para que no supiera nadie qué cojones estábamos haciendo. Los inconvenientes del lugar se manifestaron cuando en un error de nuestro amigo más pequeño, se nos despeñaron por la ladera unas garrafas de agua que subíamos con tanto esfuerzo para hacer los cimientos de los pilares con cemento. La bronca que le echamos al pequeño fue grande y el chico medio llorando nos decía que no se le había caído a él. No se dio cuenta cómo tropezó con la valiosa garrafa de agua y ésta se derramó ladera abajo; perdiéndose tan preciado líquido. La cosa terminó en que fuímos muy crueles dejando que el pequeño cargara con la garrafa solo "porque era su turno".

Al día siguiente, con la estructura montada y otros materiales acopiados en la cabaña, nos fuímos para casa cuando ya el sol se ponía. La penumbra nos pilló de camino y nos acojonamos un poco cuando se oían ruidos que no tenían que ser de los grillos. Crujidos y palmadas que no sabíamos atribuir a ningún animal de la zona. No nos tranquilizó mucho pensar que podía ser un jabalí o un zorro; pues los animales salvajes pueden ser miedosos del ser humano y ese miedo transformarlo en ira cuando ven que el humano es suficientemente pequeño como para atacarlo. Pero nos asustó un poco más la idea de que pudiera ser un pagès al que no le gustaran los niños llevando o trayendo basura (materiales de construcción) a su campo de almendros. Nos propusimos de trabajar más rápido al día siguiente para que no nos sorprendiera el ocaso y no ganarnos la consabida regañina en casa por llegar tan tarde (aún me duele la colleja que me obsequió mi padre).

Era el 3er día de construcción de la cabaña. Cuando llegamos al campo de Los Siete Abetos nos encontramos que nuestra cabaña había sido destrozada. Algún hijo de puta nos había seguido y nos había destrozado nuestra construcción? Sabíamos que tenían que haber sido Los Drogados, que es como llamábamos a la pandilla rival; porque su casa estaba en un rincón de la calle y eso era símil por los yonkies que se pinchaban en los rincones de nuestro barrio. Fuímos a buscar a los Drogados para una vez más liarnos a pedradas con ellos por la cabaña. Ellos decían que no habían sido, que no sabían donde estaba la cabaña. No nos convencimos pero era poco probable que fueran ellos: la noche anterior nos fuimos tarde y ese día llegábamos temprano: los Drogados eran de nuestra edad y tenían los mismos horarios. No podían ir de noche o de madrugada. Ya volvimos a los Siete Abetos para reconstruir la cabaña pero nos acojonamos cuando vimos que en medio de los restos de la cabaña había... ¡un gato muerto!

Continuará

1 comment:

S.O.S. said...

Y.....QUÉ MÁS PASÓ????