A más de uno le puede sonar este título a una aventura tipo Tom Sawyer y Huckleberry Fynn. Pues lo que van a leer es la historia de una leyenda viva de un pueblo en el que pasábamos los veranos haciendo toda clase de gamberradas.
Por aquel entonces nos divertíamos con las bicicletas y éramos ávidos tragadores de helados aunque ya le habíamos encontrado más el gustito a la cerveza y a los cigarritos. Nuestras aventuras iban más allá de los confines del pueblo y nos atrevíamos a traspasar los límites municipales por las más peligrosas carreteras de curvas y por tortuosos caminos de montaña.
Una vez, después de pedalear durante horas, llegamos a un riachuelo que se podía atravesar por una zona de muy poca profundidad. Y como por este paso discurría el camino que íbamos siguiendo, decidimos traspasar el río. Aflojamos la marcha de las bicicletas para no resbalar mientras atravesábamos el río. En la otra orilla, oculta tras unos árboles, vimos una cabaña construida con materiales diversos que bien le daban el aspecto de una chabola. Anexa a la cabaña había un cercado de tela metálica donde se veía correr a unas cuantas gallinas de aspecto enfermizo. La imagen general de aquella construcción era más propia de un documental sobre el cuarto mundo. Por la presencia de las gallinas intuíamos que en esa cabaña había gente, si más no en ese momento parecía que no había nadie.
Muertos de curiosidad nos acercamos para ver de cerca aquella misteriosa cabaña de la que jamás habíamos tenido noticia no estando esta muy lejos del pueblo donde pasábamos las vacaciones de verano. Al aproximarnos a la fea construcción a base de retales de diversas cosas, descubrimos que se encontraba vacía en ese momento y echamos un vistazo general, mirando de cerca las famélicas gallinas, chapas que formaban paredes, uralitas que remataban el techo y, por supuesto, nos inclinamos sobre un sucio ventanuco para ver el interior.
A través de una polvoriento cristal roto vimos que en la casa debía estar habitada habitualmente dado que tenía una mesa con un plato con sus restos de comida reciente, de refilón se veía una cocina y, entre otras cosas, una cama desecha de la cual parecía que habían estado durmiendo la noche anterior. Toda la casa echaba un hedor lo más parecido al de unos huevos podridos. Una peste que nos irritaba la pituitaria despertando en nuestro cerebro un maldito recuerdo odorífero que no habíamos experimentado desde hacía años.
De repente, un fuerte ladrido nos asustó. Un perrazo enorme nos estaba ladrando desde detrás de unos árboles. Junto al perro se oyó la voz de un hombre mayor que decía:
Calla, perro asqueroso. ¿Es que hay alguien?
El perro vino corriendo emitiendo ladridos a nosotros y, despavoridos por la repugnancia del tono de voz de aquel hombre, salimos pedaleando lo más rápido que pudimos.
Ya por la noche nos encontramos con Juan Carlillos, un gamberrete de la capital que acababa de llegar al pueblo a pasar las vacaciones depués de haber estado una semana de ruta por Méjico (o eso era lo que nos dijo). Juan Carlillos nos contó las aventuras que nos habiamos perdido después de unos meses sin haber coincidido y así nos pusimos al día de lo que habiamos vivido durante el año. Entre otras cosas nos contó que le había visto el felpudo a su novia en los labavos del colegio y nos contó que era "todo peludo".
Después de meternos una litrona y fumarnos unos Lucky Strike en el bosquecillo nos fuimos a casa de un amigo para sentarnos alrededor de una mesa a jugar a las cartas en el garaje y seguir hablando. En eso que, de los 5 que éramos, dos estuvimos en la cabaña y decidimos contar lo que habíamos visto. No omitimos detalles en calificar como muy misteriosa la presencia de aquella cabaña y sus asquerosos habitantes: gallinas enfermas, un perro rabioso y un hombre de voz como... viscosa. JuanCarlillos que todo y tener sólo 13 años tenía ya mucho mundo corrido, nos comentó que, por los detalles que aportábamos, se trataba de la CABAÑA DEL INDIO. Nos quedamos muy sorprendidos ya que no habían indios en ese pueblo, los indios estaban en América. Juan Carlillos nos aclaró que el término Indio se lo había ganado ese señor por su tonalidad de piel y aspecto facial ya que, todo y ser caucásico, parecía amerindio y por esto la gente lo conocía como el Indio.
Juan Carlillos, que era un peliculero de cojones pero no dudamos nunca de su sinceridad, nos contó las peripecias del Indio y por qué vivía en esta especie de granja de construcción tipo chabola. Por lo visto el Indio se había ganado la mala fama de haber matado niños y se había forjado la leyenda de que incluso comía carne humana. Vivía apartado del pueblo porque hacía muchos años cometió un asesinato y fue encarcelado durante 15 años en los que fue expuesto a todo tipo de torturas. Cuando salió de la cárcel volvió al pueblo donde siempre había vivido pero al recibir el rechazo de sus vecinos se vio forzado a vivir apartado del nucleo urbano llevando una vida de subsistencia a base de consumir la leche que le daba una cabra, agua del río, huevos de gallina y todo lo que encontraba por el bosque. Todo, quería decir todo. Si algún niño curioso se acercaba a la cabaña primero se quedaba con su cara. Si el niño tenía el valor de ir otra vez, le podía amonestar verbalmente con toda una colección de perjurios que harían enfermar a cualquiera. Pero si alguien tenía el suficiente valor de ir de nuevo a molestarle en su lugar de ermitaño retiro, era el momento de formar parte del complemento de su dieta de caza y recolección.
Ante tal relato nos quedamos con ganas de ir a ver de cerca a tal caníbal. Al día siguiente nos acercamos todos a la cabaña del Indio. Allí, escondidos detrás de unos arbustos, vimos que estaba arrojando una serie de huesos largos dentro de un bidón de aceite que en cuya superficie requemada aun se podía leer la marca CEPSA. Acto seguido aquel ser vertió en el bidón un cubo de agua y una serie de polvos que nos daba la sensación de que se estaba preparando un caldo pero ni más ni menos que en un bidón de aceite para motores. Cuando nos percatamos de las dimensiones de los huesos no pudimos pensar otrea cosa de que se trataban de huesos humanos. Aquel hijo de puta se estaba preparando un caldo de persona. Pueden ustedes imaginarse cómo nos sentimos. Yo noté como si una mano invisible me agarrara el estómago por abajo y otra me apresara el esófago impidiéndome que pudiera vomitar. Pese el calor del verano y las amenazas de incendios forestales, aquel hombre encendió la fogata para calentar el caldo humano que se cocería en el bidón de CEPSA. El más pequeño de nosotros no pudo más y marchó corriendo y llorando a moco tendido en un ataque de pánico, lo que provocó que el Indio se percatara de nuestra presencia y mandó al perro a espantarnos o a cazarnos, yo qué sé. Cogimos las bicicletas y salimos pitando.
La verdad, al salir de aquel escenario, no recordábamos si estábamos en la fase en que "se había quedado con nuestra cara" o si ya nos había lanzado la maldición con una colección de insultos y perjurios ya que corríamos y gritábamos, y no alcamos a oir más que una voz viscosa pronunciando no sé qué discurso. Este punto era importante ya que de ello dependía una tercera visita.
Después de mucho pedalear, finalmente llegamos al bosquecillo donde usualmente nos bebíamos nuestras litronas y procedimos a encender unos cigarritos por el hecho de que nos relajaríamos si fumábamos un poco. El humo de aquel cigarrillo fue el más malo de mi vida. No podía saborear el humo del Lucky porque se me mezclaba con el nauseabundo hedor de la cabaña del Indio. Hedor que llevaba yo impregnado en la camiseta. No creo que estuviéramos tanto tiempo en las cercanías de esa choza, pero por poco rato que estuviéramos, los vapores del caldo fueron suficientemente nebulizados como para llegar a nosotros, por la acción del ligero viento, y alojarse en nuestras ropas.
Hicimos un poco de reunión acerca de lo ocurrido y nos dijimos de no volver jamás a aquella cabaña. Pero el morbo era tal que nos llevó a acercarnos una vez más, pero esta vez advirtiendo que quien tuviera miedo sería mejor que se quedara en casa.
Ese mediodía ninguno de nosotros comió. En casa, nuestros respectivos padres se quedaron muy desconcertados y no daban crédito a que sus hijos no probaran bocado ni bebieran un sólo vaso de gazpacho. Lo que presenciamos aquella mañana nos había quitado el apetito pero nos había dejado con otro tipo de hambre. El hambre de volver a observar qué es lo que hacía el Indio en esa cabaña. Ya me dirán ustedes qué es lo que nos llevó a volver a esa cabaña, a volver a mirar a nuestro miedo cara a cara. ¿Qué le haríamos? ¿Qué nos haría si el Indio nos pillaba de nuevo? Nosotros, unos niñatos que fumábamos y bebíamos cerveza de escondidas, que nos dedicábamos a saltar a los huertos a coger manzanas, melones y pimientos sin tener la necesidad real de "tomar prestado" nada ya que en casa nunca faltaba el plato en la mesa, ¿qué nos impulsaba a introducirnos en casa del Indio más cuando no tenía nada él que nos pudiera interesar y no resultaba nada atractiva la idea de encontrarnos con ese humano por los peligros que supuestamente corríamos en caso de ser alcanzados? Nada, nada. Todo y en lo que ahora estoy reflexionando, creo que lo mejor de todo era observar. No observar su casa, su persona, sus enfermas gallinas o su maloliente caldero de refinería petroquímica, lo importante era observar nuestra reacción y nuestro miedo.
Así pues, esa misma tarde nos volvimos a reunir con nuestras bicicletas y pedaleamos hasta las inmediaciones de la casa del Indio. Desde el riachuelo vimos que se alejaba de la casa con una hoz y un capazo y su perro caminaba con su mismo ritmo unos diez metros por delante de él. Cuando ya vimos que se había metido en la espesura del bosque decidimos avanzar y acercarnos a la cabaña. Esta vez, tentando a la suerte, los cinco que fuimos nos armamos de valor para profanar esa casa de los horrores que era la cabaña, penetrando por el corral donde estaban aquellas muertas-vivientes gallinas. No resultó difícil entrar en la cabaña puesto que la puerta carecía de cerradura y quedaba entreabierta. Y es que, visto así, ¿para qué quieres poner cerradura en tu casa si nadie se atreve ni a acercarse?
Dentro de la cabaña descubrimos que se trataba de un sólo habitáculo con los enseres que ya he descrito: una cama desecha, una mesa, todavía estaban los restos de comida otro día, etc... pero vimos cosas nuevas a nuestros ojos. Esta vez no fue mi estómago sinó mi corazón, y como el mío el de los demás, el que fue apresado por aterradoras manos invisibles al ver con mis propios ojos, sobre la encimera de una vieja cocina a butano, la cabeza de una cabra con los ojos desorbitados. Esa cabeza estaba infestada de moscas por todas partes: ojos, lengua y sobretodo por el cuello en donde se había coagulado la sangre del animal. Nos dijimos que era momento de salir corriendo de esa maldita cabaña. Ya habíamos visto suficiente. Era preferible que nos quedáramos con las ganas de saber para qué tenía la cabeza de la cabra pudriéndose sobre la cocina a que nos pillara husmeando en su casa. Pero era demasiado tarde. En el momento que salíamos del corral el Indio estaba a 20 metros de la entrada con lo que nos pilló de marrón y soltando el capazo lleno de hierbajos, enarboló la hoz a la vez que empezaba a correr hacia nosotros gritando no se qué frases que no llegamos a entender dado que su viscosa voz no nos permitía distinguir ni una sola palabra más allá de Ah! y Oh! como si tuviera la boca llena de blandi-blub. Su perrazo, lejos de empezar a correr hacia nosotros, se volvió histérico y no hizo otra cosa que empezar a dar vueltas sobre sí mismo ladrando y tratando de morderse el rabo e hizo que el Indio, en un arrebato de locura, le diera una fuerte patada, que lo desplazó un metro, mientras le ordenaba que nos persiguiera.
No habíamos empezado a levantar las bicicletas del suelo que parecía que ya teníamos al Indio encima nuestro. Y era por la fuerte peste que desprendía, no sólo la cabaña ni las gallinas enfermas, ya era su propio olor putrefacto que supe que ya estaba más cerca. Pudo prender de la camiseta a uno de nosotros haciendo que nos mostrara su cara de poco aspecto amerindio pero con una barba de pelo rebelde de color plomo con trazos amarillos de nicotina en la parte de la boca y nariz, y con una asquerosa espuma en la comisura de los labios.
Finalmente, tras un forcejeo del chaval y unas pedradas por parte de los que estábamos fuera de alcance, logramos zafarnos de las manos del Indio y huimos pedaleando lo más que pudimos. Una vez ya llegamos a nuestro bosquecillo secreto nos sentimos a salvo pero del nerviosismo que teníamos en el cuerpo no logramos ni encender un sólo Lucky. Y de bien poco nos hubiera servido un cigarrillo. Hubiéramos necesitado un Valium10 para sosegarnos.
Decidimos no visitar jamás a la cabaña del Indio y se puede decir que no volvimos a mencionarla hasta el punto de que la aventura se conviertió en tema tabú. Era más que evidente que ya habíamos pasado por la segunda fase de su ritual de caza y ya no sólo se había quedado con nuestras caras y nos había bendecido con sus palabras, si se nos ocurría acercarnos una vez más ya nos podíamos considerar su cena. Aun hoy, veinte años después de los hechos, estoy seguro que si me acerco a la cabaña del Indio, él me reconocerá.
Un fanzine digital chorra. Las desventuras de Autodefensa, el mejor grupazo de Punk rock de la historia y su universo chorra. Relatos de misterio chorra, noticias chorras, punkismo chorra... básicamente lo que me salga de la chorra.
Tuesday, June 24, 2008
Monday, June 09, 2008
FRANKFURTS, TAPAS Y PLATOS COMBINADOS (5)
La comida del IKEA
Saludos a todos mis hambrientos lectores. Se pensarán ustedes que soy un glotón, pues no van mal encaminados. Como ya comenté en el artículo "El Buffet Libre", me gusta comer y en grandes cantidades. Como ya se pueden imaginar ustedes, si han leído el post que antes les mencionaba, me gusta la comida exótica, sabores que no tengo la oportunidad de experimentar en mi día a día, y siempre que puedo gusto mucho de comprar algo de lo que no es convencional en mi dieta diaria.
El artículo de índole gastronómica de hoy lo voy a dedicar a la comida que sirven en el IKEA. A ver, a mi mujer le encanta el IKEA, sus diseños, pasar el rato mirando muebles, comprando cosas que luego me toca montar a mi. Pero el chuparse el recorrido de los pasillos del IKEA, con el mogollón de peña comprando o, simplemente mirando muebles por pasar la tarde, tiene su recompensa: LA TIENDA SUECA y la CAFETERÍA.
EL HOT DOG IKEA
¿Quién se puede comer un perrito caliente por 0.50€? Vale que no son muy grandes, pero con 2 euros te puedes pegar una merendola guapa, eh? Vamos a describir un poco lo que dan de sí estos bocadillos de Frankfurt a la sueca.
Los frankfurts del IKEA son de unos 20 cm de largo y tienen un diámetro de 1,5 cm. Vienen en unos bollos que pese a ser mucho más pequeños que el frankfurt tienen la medida proporcional justa para que no interfieran en el maravilloso placer de comerse una salchicha de frankfurt con acento sueco. Y digo que no interfieren ya que muchas veces el bocadillo, todo y que es un completísimo gran alimento, puede resultar un nefasto combinado gastronómico por culpa de un exceso de pan que no permita saborear el maravilloso contenido. Por eso quiero remarcar la importancia de que la salchicha sea más larga que el pan y éste sea más bien blandito.
Observemos que las características físicas de la salchicha son de unas dimensiones ideales para permitirnos el lujo de añadir otros aditivos al bocadillo sin el peligro de que se nos desencajen las mandíbulas en el momento de la ingesta. Me refiero a que al ser de un diámetro más bién pequeño, podemos añadir otros ingredientes que encontramos en las otras modalidades del Hot Dog de IKEA y que estudiaremos más adelante.
La carne de los Frankfurts no tiene que importarnos mucho ya que no tratamos amenudo con comida de 50 céntimos el bocadillo y, por tanto, para no llevarnos ningún susto, mejor no nos metamos en qué tipo de carne es. Seguramente sea de cerdo, como todas las salchichas de frankfurt son originalmente, pero por este precio no nos extrañe que algún día descubramos que se trata de un combinado de carnes que no son habituales en nuestra cultura (perro, rata, persona). Sea la carne que sea, la salchicha IKEA está buena y seguro que conserva todas las propiedades organolépticas exigibles a un producto de su categoría. Por esto, no digo que sea una salchicha con la que prevendremos la aparición de escorbuto. No, eso no lo puedo decir porque la enfermedad del escorbuto aparece cuando no se ha ingerido Vitamina C durante largo tiempo, y esta es una vitamina que se encuentra en las frutas y las verduras principalmente... Pero, pese a esta carencia de vitaminas en los preparados cárnicos, la salchicha IKEA es una fuente inigualable de proteina animal a la vez que de lípidos, estos últimos tan necesarios en la formación de la barriga cervecera del bon vivant.
En el proceso de elaboración de todo embutido cocido es emplea la carne debidamente picada hasta su conversión en pasta cárnica para moldear en forma de cilindro y facilitar su digestión. Dentro de esta pasta cárnica tiene cabida todo lo que la imaginación del maestro carnicero acierte a añadir en su búsqueda por la perfección gustativa. Así ya he comentado la posibilidad de algún día encontrarnos con la sorpresa de la adición de otras carnes consideradas tabú, pero lo que es innegable es que el arte de la ingeniería cárnica de los que se dedican a hallar la mejor fórmula para la elaboración de las salchichas IKEA reside en una buena proporción de los ingredientes aderezados con azúcares (glucosa, sacarosa) y otros glúcidos de origen vegetal (almidón, fructosa) para conseguir la perfección en un producto que muchos imaginarán simplemente como un tubo de carne picada.
Sobre los Hot Dogs del Ikea me reitero en comentar que, todo y ser de unos 20 cm y estar servidos en bollos pequeños, tienen buen sabor y que siempre se pueden probar nuevas recetas ya prediseñadas en las que se le añade al frankfurt un ingrediente que se sale: la cebolla frita desecada. Dulzona, crujiente, aromática, que le da a la salchicha el revestimiento ideal para entrar en el más elegante baile de sabores que se celebra en el paladar del IKEA-gourmet. En los bares de nuestras latitudes estamos acostumbrados a consumir el aditivo de la cebolla pasada por la plancha o directamente cruda dentro del bocadillo. Cuando se trata de pasarla por la plancha podemos obtener la caramelización de los aros de cebolla fruto de la cocción en su propia agua a fuego lento, dejando que además de frita quede un pelín cocida dando una textura blanda y un sabor más bién dulzón. Cuando se trata de ponerla cruda en el bocadillo tenemos la sorpresa del crujir en cada mordisco. Pero los suecos van más allá. Ellos se decantan por una variedad de preparación en que la cebolla frita queda de lo más crujiente dándonos además el gran placer de probar un extra de lo más exquisito.
Cuando el dependiente del bar IKEA nos sirve el bocadillo lo provee generosamente de cebolla frita, si así lo solicitamos, y pensamos "dónde vas, animal, que se va a caer toda". Pero por lo que contaba de lo finito que es el frankfurt, te cabe el bocata en toda la boca sin el menor esfuerzo. También hay que admitir que esto es cosa de gente entrenada y cualquier novicio en el arte de la glotonería no puede aventurarse a meterse en la boca medio bocadillo del tirón.
Pero una manjar como el que he descrito requiere de ser regado con uno de los mejores caldos que la viña IKEA ofrece. Aquí viene una de las más gandes oportunidades de gorreo que se pueden presentar para alguien como el que escribió el artículo de "El Buffet Libre". Pues resulta que en IKEA pagas un vaso de tu refresco preferido y lo puedes rellenar cuantas veces quieras en los grifos dispensadores de refrescos. Yo, como ya expliqué en el artículo del Buffet, me decanto habitualmente por las bebidas sin burbujas cuando se trata de reservar espacio para que quepan más cosas en la barriga. Así, si da el caso de que tengo barra libre en alguna cosa procuraré no hincharme el estómago de burbujas y estando en IKEA siempre optaré por probar algo nuevo y exótico:
EL REFRESCO DE JARABE DE ARÁNDANOS
No cabe decir que si tienes que pagar un vaso y te puedes servir los que te dé la gana más vale que comas bien para no pasar hambre pero te reserves algo de espacio para el líquido. Sin más comentarios porque sólo diré que la primera vez que lo probé, al llegar a casa, me pasé 10 minutos meando del tirón. O sea que después de meterme 4 ó 5 frankfurts con todas las combinaciones posibles (con cebolla, solo, con salsita, a tope de ketchup, etc...) me senté en el taburete más cercano a la máquina expendedora de refrescos y pasé olímpicamente de Pepsi, Cola Loca, Mirindas y demás líquidos coloreados con burbujas, y me emborraché del jarabe de arándanos suecos.
La preparación de este jarabe no debe ser más complicada que la de cualquiera de sus hermanos refrescos. Partimos de un concentrado de extractos de arándanos, azúcar, acidulante: Ácido Ascórbico y algún que otro ingrediente de los que empieza por E- y no quieras saber cómo termina, se mezcla con agua del Osmotic o algún otro trasto de estos y la misma máquina, mientras mantienes presionado el grifo, ya se encarga de bombear las cantidades justas de jarabe concentrado y agua casi destilada para que el líquido que cae dentro de tu vaso sea el refesco de moda en Suecia. Es dulce que te cagas y como no tiene las malditas burbujas el refresco entra como el agua. Y bebe, y bebe. Y te llenas, te llenas de ese líquido rojo. A todo esto me gustaría hacer mención que ya me gustaría pillar por banda la botella del concentrado del jarabe de los cojones porque eso ya debe ser lo más, entonces sólo en el caso de que mi garganta no acertara a dejar pasar toda la cantidad de espeso jarabe que me estuviera metiendo directamente de la botella, sería entonces cuando me pondría debajo del grifo para permitir que la versión más aguada del jarabe aligerara el paso de mi cuello para permitir la llegada al estómago de la cantidad congestionada en mi faringe por la acumulación de jarabe en masa.
Ahora quisiera despedir este artículo comentando que seguiré en mi empeño de dar a conocer la gastronomía que he tenido ocasión de probar y de la que he quedado satisfecho en mayor o menor medida. Por supuesto que La comida del IKEA tendrá su extensión en diversas secuelas porque, aunque me han gustado muchísimo los Hot Dog y el refresco de arándanos, hay muchas otras especialidades de las cuales me gustaría hablar y otras que todavía no he probado pero que en cuanto tenga oportunidad me pegaré un atracón para poder hablar con conocimiento de causa en futuros posts dedicados a: La comida del IKEA.
Skål
Saludos a todos mis hambrientos lectores. Se pensarán ustedes que soy un glotón, pues no van mal encaminados. Como ya comenté en el artículo "El Buffet Libre", me gusta comer y en grandes cantidades. Como ya se pueden imaginar ustedes, si han leído el post que antes les mencionaba, me gusta la comida exótica, sabores que no tengo la oportunidad de experimentar en mi día a día, y siempre que puedo gusto mucho de comprar algo de lo que no es convencional en mi dieta diaria.
El artículo de índole gastronómica de hoy lo voy a dedicar a la comida que sirven en el IKEA. A ver, a mi mujer le encanta el IKEA, sus diseños, pasar el rato mirando muebles, comprando cosas que luego me toca montar a mi. Pero el chuparse el recorrido de los pasillos del IKEA, con el mogollón de peña comprando o, simplemente mirando muebles por pasar la tarde, tiene su recompensa: LA TIENDA SUECA y la CAFETERÍA.
EL HOT DOG IKEA
¿Quién se puede comer un perrito caliente por 0.50€? Vale que no son muy grandes, pero con 2 euros te puedes pegar una merendola guapa, eh? Vamos a describir un poco lo que dan de sí estos bocadillos de Frankfurt a la sueca.
Los frankfurts del IKEA son de unos 20 cm de largo y tienen un diámetro de 1,5 cm. Vienen en unos bollos que pese a ser mucho más pequeños que el frankfurt tienen la medida proporcional justa para que no interfieran en el maravilloso placer de comerse una salchicha de frankfurt con acento sueco. Y digo que no interfieren ya que muchas veces el bocadillo, todo y que es un completísimo gran alimento, puede resultar un nefasto combinado gastronómico por culpa de un exceso de pan que no permita saborear el maravilloso contenido. Por eso quiero remarcar la importancia de que la salchicha sea más larga que el pan y éste sea más bien blandito.
Observemos que las características físicas de la salchicha son de unas dimensiones ideales para permitirnos el lujo de añadir otros aditivos al bocadillo sin el peligro de que se nos desencajen las mandíbulas en el momento de la ingesta. Me refiero a que al ser de un diámetro más bién pequeño, podemos añadir otros ingredientes que encontramos en las otras modalidades del Hot Dog de IKEA y que estudiaremos más adelante.
La carne de los Frankfurts no tiene que importarnos mucho ya que no tratamos amenudo con comida de 50 céntimos el bocadillo y, por tanto, para no llevarnos ningún susto, mejor no nos metamos en qué tipo de carne es. Seguramente sea de cerdo, como todas las salchichas de frankfurt son originalmente, pero por este precio no nos extrañe que algún día descubramos que se trata de un combinado de carnes que no son habituales en nuestra cultura (perro, rata, persona). Sea la carne que sea, la salchicha IKEA está buena y seguro que conserva todas las propiedades organolépticas exigibles a un producto de su categoría. Por esto, no digo que sea una salchicha con la que prevendremos la aparición de escorbuto. No, eso no lo puedo decir porque la enfermedad del escorbuto aparece cuando no se ha ingerido Vitamina C durante largo tiempo, y esta es una vitamina que se encuentra en las frutas y las verduras principalmente... Pero, pese a esta carencia de vitaminas en los preparados cárnicos, la salchicha IKEA es una fuente inigualable de proteina animal a la vez que de lípidos, estos últimos tan necesarios en la formación de la barriga cervecera del bon vivant.
En el proceso de elaboración de todo embutido cocido es emplea la carne debidamente picada hasta su conversión en pasta cárnica para moldear en forma de cilindro y facilitar su digestión. Dentro de esta pasta cárnica tiene cabida todo lo que la imaginación del maestro carnicero acierte a añadir en su búsqueda por la perfección gustativa. Así ya he comentado la posibilidad de algún día encontrarnos con la sorpresa de la adición de otras carnes consideradas tabú, pero lo que es innegable es que el arte de la ingeniería cárnica de los que se dedican a hallar la mejor fórmula para la elaboración de las salchichas IKEA reside en una buena proporción de los ingredientes aderezados con azúcares (glucosa, sacarosa) y otros glúcidos de origen vegetal (almidón, fructosa) para conseguir la perfección en un producto que muchos imaginarán simplemente como un tubo de carne picada.
Sobre los Hot Dogs del Ikea me reitero en comentar que, todo y ser de unos 20 cm y estar servidos en bollos pequeños, tienen buen sabor y que siempre se pueden probar nuevas recetas ya prediseñadas en las que se le añade al frankfurt un ingrediente que se sale: la cebolla frita desecada. Dulzona, crujiente, aromática, que le da a la salchicha el revestimiento ideal para entrar en el más elegante baile de sabores que se celebra en el paladar del IKEA-gourmet. En los bares de nuestras latitudes estamos acostumbrados a consumir el aditivo de la cebolla pasada por la plancha o directamente cruda dentro del bocadillo. Cuando se trata de pasarla por la plancha podemos obtener la caramelización de los aros de cebolla fruto de la cocción en su propia agua a fuego lento, dejando que además de frita quede un pelín cocida dando una textura blanda y un sabor más bién dulzón. Cuando se trata de ponerla cruda en el bocadillo tenemos la sorpresa del crujir en cada mordisco. Pero los suecos van más allá. Ellos se decantan por una variedad de preparación en que la cebolla frita queda de lo más crujiente dándonos además el gran placer de probar un extra de lo más exquisito.
Cuando el dependiente del bar IKEA nos sirve el bocadillo lo provee generosamente de cebolla frita, si así lo solicitamos, y pensamos "dónde vas, animal, que se va a caer toda". Pero por lo que contaba de lo finito que es el frankfurt, te cabe el bocata en toda la boca sin el menor esfuerzo. También hay que admitir que esto es cosa de gente entrenada y cualquier novicio en el arte de la glotonería no puede aventurarse a meterse en la boca medio bocadillo del tirón.
Pero una manjar como el que he descrito requiere de ser regado con uno de los mejores caldos que la viña IKEA ofrece. Aquí viene una de las más gandes oportunidades de gorreo que se pueden presentar para alguien como el que escribió el artículo de "El Buffet Libre". Pues resulta que en IKEA pagas un vaso de tu refresco preferido y lo puedes rellenar cuantas veces quieras en los grifos dispensadores de refrescos. Yo, como ya expliqué en el artículo del Buffet, me decanto habitualmente por las bebidas sin burbujas cuando se trata de reservar espacio para que quepan más cosas en la barriga. Así, si da el caso de que tengo barra libre en alguna cosa procuraré no hincharme el estómago de burbujas y estando en IKEA siempre optaré por probar algo nuevo y exótico:
EL REFRESCO DE JARABE DE ARÁNDANOS
No cabe decir que si tienes que pagar un vaso y te puedes servir los que te dé la gana más vale que comas bien para no pasar hambre pero te reserves algo de espacio para el líquido. Sin más comentarios porque sólo diré que la primera vez que lo probé, al llegar a casa, me pasé 10 minutos meando del tirón. O sea que después de meterme 4 ó 5 frankfurts con todas las combinaciones posibles (con cebolla, solo, con salsita, a tope de ketchup, etc...) me senté en el taburete más cercano a la máquina expendedora de refrescos y pasé olímpicamente de Pepsi, Cola Loca, Mirindas y demás líquidos coloreados con burbujas, y me emborraché del jarabe de arándanos suecos.
La preparación de este jarabe no debe ser más complicada que la de cualquiera de sus hermanos refrescos. Partimos de un concentrado de extractos de arándanos, azúcar, acidulante: Ácido Ascórbico y algún que otro ingrediente de los que empieza por E- y no quieras saber cómo termina, se mezcla con agua del Osmotic o algún otro trasto de estos y la misma máquina, mientras mantienes presionado el grifo, ya se encarga de bombear las cantidades justas de jarabe concentrado y agua casi destilada para que el líquido que cae dentro de tu vaso sea el refesco de moda en Suecia. Es dulce que te cagas y como no tiene las malditas burbujas el refresco entra como el agua. Y bebe, y bebe. Y te llenas, te llenas de ese líquido rojo. A todo esto me gustaría hacer mención que ya me gustaría pillar por banda la botella del concentrado del jarabe de los cojones porque eso ya debe ser lo más, entonces sólo en el caso de que mi garganta no acertara a dejar pasar toda la cantidad de espeso jarabe que me estuviera metiendo directamente de la botella, sería entonces cuando me pondría debajo del grifo para permitir que la versión más aguada del jarabe aligerara el paso de mi cuello para permitir la llegada al estómago de la cantidad congestionada en mi faringe por la acumulación de jarabe en masa.
Ahora quisiera despedir este artículo comentando que seguiré en mi empeño de dar a conocer la gastronomía que he tenido ocasión de probar y de la que he quedado satisfecho en mayor o menor medida. Por supuesto que La comida del IKEA tendrá su extensión en diversas secuelas porque, aunque me han gustado muchísimo los Hot Dog y el refresco de arándanos, hay muchas otras especialidades de las cuales me gustaría hablar y otras que todavía no he probado pero que en cuanto tenga oportunidad me pegaré un atracón para poder hablar con conocimiento de causa en futuros posts dedicados a: La comida del IKEA.
Skål
Subscribe to:
Posts (Atom)