Sunday, December 01, 2013

El búnker. El descubrimiento.

Cada día paso por la misma carretera para ir y volver del trabajo. Las mismas rectas, las mismas curvas. Siempre atento a que no se me cruce algún animal salvaje o doméstico que se haya escapado de los campos vecinos. Cada día pendiente de no encontrarme a una tortuga en coche o en camión que me joda los tiempos de llegada al trabajo o de vuelta a casa.

El paisaje mediterráneo es siempre el mismo exceptuando los cambios propios de las estaciones. Agradezco que llueva para poder ver el asfalto de distinto color y tomarme la carretera con otra visión. En esa asquerosa rutina deseo encontrarme en la oscuridad de la madrugada alguna luz misteriosa que me dé un aspecto distinto a la niebla. Deseo firmemente que en los campos aterrice o vea posado algún platillo volante que haya asustado a los caballos o haya matado algún otro animal de los que pastan por esos bosquecillos y campos en barbecho.

El rutinario paisaje varió de repente al cabo de 4 años de estar tomando esa carretera cuando me fijé en un elemento nuevo. A medio camino entre la variante que me lleva por esa carretera y el pueblo de destino, encontré algo que no estaba allí y que no sé si algún otro viajero diario habrá caído en la cuenta de su nueva existencia. Allí se encontraba este nuevo elemento, en un arcén había aparecido de un día para el otro una arqueta como de alcantarilla adornada de un tramo de escalera que estaba ahí puesto para poder acceder a la arqueta para bajar a sus profundidades. Esa arqueta con su escalerilla estaban allí puestas en un lado de la carretera sin llamar mucho la atención puesto que seguían flanqueadas de pinos y matorrales que disimulaban su presencia. Detrás de la escalera, a un metro de ella, había un elemento igual de misterioso: un tubo rematado en una curva a modo de cayado que daba la idea de que se trataría de un tubo de ventilación de lo que hubiera debajo de la tierra.

A priori uno puede pensar que se trataría de una instalación de gas, puesto que el tubo perfectamente recordaba a los tubos de venteo de las instalaciones de gas natural o propano, pero no podía ser sencillamente porque las instalaciones de gas están siempre perfectamente identificadas pintadas de amarillo. Es imposible que se olvidaran de pintar la instalación puesto que no pasaría los controles oficiales. No, no era eso. Imposible. Además, ¿qué redemonios hacía una instalación de gas en medio del campo, lejos de cualquier uso o casa? No era posible que estuviera para poder dar calefacción a los jabalíes o a los zorros o caballos que hay por ahí. No hay casas cerca, no hay nada excepto bosques y campo.

La escalerilla me dejaba mucho más intrigado: Eso es para bajar, claro. Alguien puede bajar por la arqueta por esa escalerilla de mano instalada a la propia arqueta.

Pasar cada día. La ida y la vuelta... a comerme le coco para qué demonios está eso. A comerme el coco por qué había aparecido de un día para el otro. Oye! que yo paso por ahí cada día! Cualquier instalación podría haber llevado más de un día de obra! Tendría que haber visto yo a los obreros que pusieran los tochos de la arqueta, a los herreros que pusieran la escalera,... Dejando volar mi imaginación pensaba que podría tratarse de un búnker como el de la seria "Perdidos" (Lost). De hecho, en mis pensamientos empecé a referirme a esta misteriosa arqueta como "la escotilla". ¿Quién se debe esconder ahí? ¿El de los números? ¿Hay una estación numérica como la Zumbadora, donde está un soldado o un pringado escuchando mensajes todo el día? ¿Transmitiendo mensajes ocultos a no sé qué fuerza armada o gobierno en la sombra? Pudiera ser una base extraterrestre que los hombres de negro hayan excavado para poder alojar un centro de investigaciones o un refugio lejos de las grandes ciudades... pero tampoco era un sitio muy discreto: he sido capaz de verlo, tampoco está muy discreto que digamos. Ya está! una salida del mundo intraterrestre: desde allí se conecta a Agartha o a cualquiera de las ciudades subterráneas. Pero, qué tonterías: los intraterrestres no necesitan que les hagamos una arqueta de obra con escalerilla, la Tierra está llena de orificios de entrada al mundo intraterrestre.

De momento son reflexiones. Seguiré investigando y comiéndome la cabeza para intentar averiguar qué se esconde en esa arqueta que ha aparecido en mi camino de un día para el otro y que me tiene tan intrigado.

Continuará...

Tuesday, October 01, 2013

Ataúd de piedra

Estábamos los dos aquel día de excursión por el monte en la confluencia de las dos carreteras nacionales. En lo que parecía que había sido una cantera que se deslizaba hacía el lecho del río, bajábamos por los pedruscos amarillos en un escarpado paisaje de aspecto lunar. Bajábamos de piedra en piedra pues nuestro objetivo era llegar al río.

Hacía poco que salía con ella. Es más, me parece que no había nadie que supiera lo nuestro. Nos conocíamos del trabajo, pues ella era una cliente a la que empecé a visitar más asiduamente sin necesidad de terminar vendiendo nada. Dentro de mis visitas sin éxito comercial, comenté mi afición por la montaña y ella me dijo que estaría encantada de acompañarme a alguna de mis aventuras por los montes de la cercanía y, quien sabe, alguna un poco más lejana. Así fue como aprovechamos una de nuestras citas de domingo para transformarla en excursión montañera. Últimamente, justo antes de empezar a salir con ella, solía ir a la montaña solo. No necesitaba compañía. Tenía yo un amigo que siempre me había acompañado pero un buen día ya no pudo venir más y me dediqué a seguir caminando entre árboles y pedruscos yo sólo.

Íbamos saltando de piedra en piedra, de roca en roca, saboreando con la suela de las botas el raro amarillo de esas piedras de cantera abandonada. En uno de los saltos ocurrió el fatal momento que provoca este relato: mi chica resbaló y no fui capaz de alargar el brazo lo suficiente para que ella se agarrara a él. La caída fue brutal y no pude hacer nada más que quedarme petrificado, viendo cómo iba rebotando de roca en roca su delgado cuerpo por aquel bestial desnivel que no hubiera supuesto más peligro de haber pisado bien la roca, pero que el rebote en cada una de esas rocas planas, hacía que se convirtieran en mortales martillazos contra las costillas, cráneo, columna vertebral,… y cada vez más fuertes a medida que se superaba una nueva roca plana donde rebotar. Al tercer rebote me imaginé que ya había perdido la vida y me convencí de ello en el quinto rebote pues vi su rostro ensangrentado mirándome fijamente por encima de la mochila que llevaba a la espalda: su columna cervical ya no tenía más uso, se había deshecho y su cuello ya daba la vuelta entera al cuerpo. Y otro bote, y otro rebote. Su cuerpo botó varias veces hasta que llegó próximo al lecho del río y fue a encajarse entre dos enormes rocas que estaban separadas por una rendija cuya profundidad no dejaba ver el fondo. Allí quedó, en sepultura natural, su cadáver.

En ese paraje desolador en el que no había nadie ni nada. No había ni escorpiones en las piedras ni moscas en el ambiente. No había nadie a quien pedir ayuda. No había cobertura de telefonía móvil. No había NADA: sólo piedras. Sólo piedras y dos excursionistas, uno muerto y el otro acojonado perdido. Al cabo de diez eternos minutos en los cuales repetía en mi memoria la caída de mi amiga, una y otra vez; me moví un poco y fui recobrando el ánimo para bajar a ver qué había pasado con la chica. Bajé de roca en roca. La bajada no fue difícil pero si se ponía un pie en falso se podría convertir en un descenso por la escalinata de 100 metros de desnivel más peligrosa del mundo. Llegué hasta las dos rocas que atraparon el cuerpo sin vida y sin huesos enteros de mi recién estrenada y terminada compañera de aventuras. Miré por la rendija por donde se coló el cuerpo con su mochila y todo. No había salpicaduras de sangre pues ésta se quedó en las primeras piedras, además que la caída fue bastante limpia y la muerte vendría más por la fractura de la columna cervical que por el traumatismo craneal o el ínfimo desangramiento. Miré entre las piedras para ver si se atisbaba alguna cosa pero no mi más que oscuridad y un olor de humedad acompañado de un sonido de agua correr: el curso subterráneo del río, sin duda alguna.

Me senté en una piedra próxima a la rendija. Entonces empecé a pensar… y pensar qué debería hacer. Estaba yo tan asustado que no le veía la manera de reaccionar. Qué cojones hago, qué hago?!? Me preguntaba… Ya está: me piro. Salí del lecho del río seco y me dirigí hacia la carretera de nuevo. Nadie sabía que estaba allí, nadie nos vio, nadie ni nada me retenía al lado de un cadáver por el cual no se podía hacer nada. Estaba yo muy asustado y lo único que se me ocurrió fue abandonar el cuerpo sin vida de la chavala que me acompañaba en esa excursión.

Mientras caminaba cuesta arriba, con la cabeza abajo, me notaba la sensación como si hubiera bebido más de la cuenta. No caminaba haciendo eses pero no tenía claro en qué punto estaba yo caminando: si estaba cerca o lejos de la carretera. Me sentía como si un ruido me tapara los oídos y no me dejara oír el vacío silencio de esa cantera de piedras amarillas. No podía levantar la cabeza ni darme cuenta de qué había a mis lados pues se me había anulado la visión periférica. ¿Qué me pasaba? Pues que estaba acojonado perdido. La cara de esa chica mirándome por encima de su mochila -qué fuerte- y no estoy seguro de que realmente me estuviera viendo… un momento… ¿y si sí que me estuviera viendo y, aun y teniendo el pescuezo fracturado, tuviera un hilo de vida que aun le permitía percibir imágenes y la última imagen que se llevaba de esta puta vida era a su compañero mirándola como se despeñaba sin haber alargado la mano para ayudarla a no caer? Es igual… ¿A quién se le va a chivar de eso? Seguí subiendo por las piedras hasta llegar a la carretera sin poder escuchar ni una mosca, el aturdimiento que me taponaba los oídos no me dejaba oír nada, intentaba recordar las impresiones llevadas del fondo del lecho del río: el ataúd pétreo de la chica, el olor a humedad, y el sonido de agua que corría por el fondo de esa brecha entre piedras. Porque sólo oí correr el agua… ¿verdad? No se oía a nadie pedir auxilio… ¿verdad? ¿o sí?... No, imposible pues la chica estaba muerta al tercer rebote, tenía el pescuezo fracturado: me miró por encima de su mochila.

Un punto más a añadir a mi acojone: había perdido a la chavala, la había visto morir, me piraba del sitio sin ninguna intención de pedir ayuda o relatar lo ocurrido pues seguro que me buscaría problemas, y no estaba realmente seguro de que se hubiera muerto pues ahora no sabía si había o no había oído una voz entre las piedras… ¡Vaya mierda de vida!

Un día desperté en mitad de la noche por una pesadilla que tuve en la que presencié la muerte de una chica en una cantera de piedras amarillentas. Era todo tan real que el sudor frío había empapado la almohada. Me cercioré que había sido una pesadilla y que después de un vaso de agua todavía me quedaban 3 horas enteras para dormir antes de que sonara el despertador para ir a trabajar. No dejaba de darle vueltas a la pesadilla:

- Era sólo una pesadilla. Una pesadilla.- me decía a mi mismo para convencerme, pero había algo que me decía que esto ya me había ocurrido en cierta vez. Pero no en una cantera…

Resucitó en mí una sensación de recuerdo. Como aquellos que recuerdan algo de cuando tenían menos de 2 años o qué oían en el vientre de su madre. Algo lejano, borroso pero, a la vez, vívido. Algo oculto en mi mente durante mucho tiempo. Me vino a la memoria una carretera oscura de madrugada, un transeúnte caminando por el arcén derecho y cómo ése caía por arte de magia, sin haberlo tocado nadie. ¿Otro sueño? Creo que me había quedado dormido recordando este otro suceso, pues la almohada estaba más mojada aun… Era otro sueño ¿o no?

Sunday, September 01, 2013

El chalet de la carretera

Supongo que recordarán ustedes el relato "La cabaña del Indio", una historia ambientada en el pueblo donde pasaba los veranos de mi niñez y cuyo nombre no pienso revelar. Sólo diré que está en la provincia de Barcelona y que mantiene su ambiente agrícola dedicado a la vid.

En aquel pueblo pasé mis veranos, y mi hermano y yo nos juntábamos con otros hermanos vecinos de nuestra casa con los que vivimos grandes aventuras como la ya mencionada "La cabaña del Indio", escapándonos de casa para visitar pueblos cercanos, recorrer peligrosas carreteras, senderos de montaña, fuentes perdidas y robar algún que otro melón del campo bajo el riesgo de llevarnos un merecido perdigonazo de sal en el culo. A medida que nos hacíamos mayores, nuestras aventuras veraniegas sobre bicicleta o en el monte solían llevarnos cada vez más lejos, pero de vez en cuando nos encontrábamos una nueva experiencia más cerca de lo que nos podíamos imaginar...

Con 7 u 8 años ya nos escapábamos de casa para hacer la odisea de 1 kilómetro que separaba nuestras casas en la urbanización del pueblo al que pertenecíamos. Esa carretera asfaltada de hormigón de sólo un kilómetro suponía nuestra primera frontera. Una vez salvada, y con el paso de los años, ya fue únicamente la pista de escape para nuevos destinos. En aquel entonces no habían muchas casas en la carretera y destacaba una casa amurallada que había a un lado de la misma, después de tomar un desvío de unos 300 metros. La casa no sólo destacaba por ser una de las únicas que habían en la carretera, situada en la falda del monte con una ligera pendiente, y por estar completamente amurallada, también destacaba por ser una construcción tipo chalet de grandes dimensiones. Las casas de la urbanización eran todas con una planta similar y de dos pisos; esta tenía dos pisos pero tenía muchos metros cuadrados más, además de que su recinto era una parcela mayor que cualquier otra vista por allí.

De la misteriosa casa no se sabía mucho y no veíamos nunca a nadie, no se veía entrar ni salir gente, aunque se veían a lo lejos coches aparcados tanto fuera como dentro del muro, en una zona que era visible la superficie del interior de la parcela. Habían días en que habían más coches y otros días menos... coches de gama alta y media.

A cierta edad empezamos a cuestionarnos sobre esa casa que vigilaba nuestros pedaleos por la carretera siempre que la tomábamos para ir al pueblo o más allá. Esa casa amurallada que debía guardar algún secreto que nos intrigaba en desmesura pues nos jactábamos de conocer a todo el mundo en ese pueblo: el que no era amigo era enemigo, y el que no era ninguna de esas dos cosas era uno más en el pueblo, pero al fin y al cabo uno al que conocíamos, ni que fuera de vista. Pues con el tiempo empecé a leer periódicos y a enterarme un poco de lo que había en el mundo más allá de los dibujos animados, cómics y primeros video-juegos... descubrí cierta vez la sección de "clasificados" del periódico con los anuncios de empresas y particulares, y allí vi los primeros anuncios de relax... vamos, de casas de putas. Conociendo un poco más la ciudad de Barcelona, supe de las zonas más caras y los puti-clubs de lujo que se instalaban y se anunciaban. Con esta idea me llevó a deducir que esa misteriosa casa no era otra cosa que una casa de putas de superlujo: todo encajaba, discreción, coches de lujo, nadie a la vista, chalet grande, recinto amurallado... tal vez era pocos elementos para llegar a tal deducción pero sumen a todo esto que no se veía nunca a nadie.

Ya con 14 años coincidimos con un amiguete del otro lado de la urbanización que sumó más misterio a la casa al decirnos que por su parte de la urbanización corría el rumor que era una casa donde se retenían a niños por mano de una secta. Era lo que nos faltaba, ¡que una secta se metiera en nuestro pueblo y que además retuviera a niños! En aquel entonces vi en los periódicos, y en periódicos viejos de mediados de los 80s, varias noticias que hacían referencia a sectas destructivas que actuaban en Estados Unidos, e incluso en la ciudad de Barcelona, usaban el gancho de la droga que se extendía como la pólvora entre la juventud de la capital para captar adeptos y adictos, pero lo que no imaginábamos es que los gurús de una secta se desplazaran a un pueblucho de mil habitantes para instalar una base de operaciones y llevar a cabo sus fechorías y secuestros.

El verano de mis 14 años, ya empezamos a cansarnos un poco de pedalear y nos hacíamos amigos del autostop. Craso error... si lo supieran nuestros padres nos hubieran cruzado la cara a hostias. Un día, el hermano mayor de nuestros amigos y yo, dos mocosos de 14 años, volvíamos del pueblo después de comprar un paquete de Lucky Strike, y por tal de aprovechar el tiempo nos dijimos de hacer autoestop para llegar antes a nuestro escondrijo de fumadores clandestinos sin cansarnos. Allí, en la carretera, nos paró un Citroën Dyane amarillo, el dos caballos. En él había un tío de unos 46 tacos con bigote de chuloputas y gafas de sol al estilo de poli americano. Nos subimos al coche y nos preguntó dónde íbamos y le dijimos que la plazoleta del restaurante de la urbanización nos iría bien. El tío era simpático y marchoso: tenía puesta música Salsa o Merengue o alguna de estas músicas del caribe. Al pasar junto a la casa amurallada, él nos dijo que era su casa. Al oír esto nos quedamos mirándonos a los ojos y nuestro semblante se tornó blanco. El tío, que se percató de que llevábamos un paquete de tabaco, no perdió tiempo en invitarnos a ir a su casa cuando quisiéramos pues podríamos ir a fumarnos nuestros pitillos y meternos alguna litrona sin miedo a que nos pillaran nuestros viejos. Argumentaba que él había tenido nuestra edad y sabía de las preferencias de la juventud, y en casa tenía espacio suficiente para que nos escondiéramos de nuestros viejos para meternos la fiesta. Vamos, ya le veíamos las intenciones: este tío nos quería en su casa para petarnos el culo. Le dimos las gracias y le dijimos que el viaje estuvo muy bien por la musiquilla y lo enrollao que era pero que ya teníamos nuestro escondrijo para pegarnos la fumada y bebernos las birrillas. Al despedirse el hijo de la gran puta me guiñó un ojo. Ignoro si fue por simpatía o porque sus intenciones eran de tipo homosexual, lo que sí que sé y os lo juro es que me acojoné pues pensaba más en lo segundo.

Obviamente en cuanto reunimos la pandilla, lo que hicimos fue comentar el viaje con el petaculos del Citroën y planeamos vengarnos de la supuesta proposición indecente. ¿Qué cojones teníamos que hacer? No nos podíamos conformar con pasar de él, hacer que no lo habíamos conocido, y ya está. Está claro que no podíamos decirle a nuestros padres lo de este tío y lo que sospechábamos de él y de su maldita finca llena de críos con el coco comido, pederastas o de putas de superlujo; la bronca nos la llevaríamos nosotros por subir a coches de desconocidos. Teníamos de 12 a 14 años, era nuestra edad de hacer putadas y de crecer afrontando nuestros miedos con acciones que sólo veíamos en películas. El Equipo A tenía que entrar en acción. Así nos fuimos al monte donde construíamos nuestras cabañas, donde vivíamos nuestras aventuras más silvestres, y nos dispusimos en la falda del monte que daba directamente a la pared posterior de la finca del marchoso bigotudo amante de los medianos. Allí pudimos desclavar del suelo un enorme pedrusco que estaba clarísimo que su trayectoria iría a parar de lleno al muro en cuanto lo hiciéramos rodar por la pendiente. La fuerza de la gravedad hizo su trabajo perfectamente, lo que no nos imaginábamos es que el pedrusco de unos 300 kilos se moviera con tanta agilidad al ser empujado por 4 criajos y que cayera cada vez más rápido por la pendiente carente de árboles, y lo peor de todo fue el enorme estruendo que provocó en cuanto chocó contra el muro de la finca llegando a romperlo y dejando una brecha de un metro de ancho. Empezamos a correr en todas direcciones antes de que oyéramos el primer grito de rabia del bigotudo entonando un "ME CAGO EN DIOS" muy baritonal, pero con la mala fortuna que el chuloputas estaba en el patio en ese momento y presenció en primera fila cómo se le desmoronaba la pared por nuestra acción y a lo lejos vio las siluetas de los criajos correr en lo alto del barranco que nos sirvió de lanzadera.

- Hijos de puta!!! Malditos hijos de puta!!! Por poco me matáis, cabrones!!! que estaba yo detrás del muro!!! - Nos gritaba desde la lontananza.

Me paré detrás de un pino y vi cómo el supuesto gurú pedófilo salía por la brecha de nuestra obra y gracia vestido con unos pantalones cortos, camiseta rosa, sandalias de maricón de playa y... y... un garrote. Ese tío estaba dispuesto a abrirnos la cabeza con el garrote si nos pillaba. Él corría torpemente subiendo por la pendiente y nosotros ya estábamos lejos y perdidos por el monte como para que nos pillara.

Por caminos distintos, ya anocheciendo, llegamos al garaje de casa de los vecinos para comentar la jugada. Quién más quien menos, íbamos llenos de zarzas pero enteros. Nos fuimos a la plazoleta del restaurante desde donde se tenía buena panorámica de la casa y allí vimos dos patrullas de la Guardia Civil tomando parte de la denuncia que presentaría el hombre del Citroën. Nos estábamos preguntando si la Guardia Civil habría descubierto los niños de la secta o si habría destapado el negocio de las putas de superlujo.

Durante el resto del verano evitábamos pasar por la carretera por el miedo atroz a que el señor del bigote nos reconociera o llegara a relacionar a los dos autoestopistas con los salvajes tira-rocas. Siempre que salíamos con las bicis lo hacíamos por caminos de montaña.

El miedo se diluyó, cambiamos de hábitos y el Citroën amarillo no se vio nunca más tal y como no lo teníamos visto hasta el día en que nos recogió. No llegamos a coincidir más con el bigotudo y años más tardes vimos un cartel de "SE VENDE" en la finca. El misterio, al igual que el miedo, se diluyó pero que se diluyera no quiere decir que desapareciera... No sé cuánto tiempo tiene que pasar más hasta que reaparezca el del bigote y su dos caballos para tomarse la venganza del muro de su chalet.

Thursday, August 01, 2013

El palacete de los raros

Íbamos de excursión por una carretera de la provincia de Tarragona cuando decidimos hacer un alto en el camino en una zona de picnic cerca de un riachuelo. Esta zona de picnic estaba junto a una urbanización presidida por un conjunto de edificaciones señoriales que denotaban un pasado de prosperidad económica muy posiblemente atribuida al negocio textil vistas las ruinas de una fábrica próxima a la zona.

Bajamos para situarnos en una explanada donde, a nuestras espaldas, quedaba la zona de picnic a unos 100 metros, y justo en frente nuestro se nos presentaban a la izquierda el palacete señorial, en medio una nave de la parroquia, y a la derecha el edificio principal de la iglesia. Detrás de la iglesia (a nuestra derecha) ya se encontraba el barranco que llevaba al río.

Aunque se podía ver que las edificaciones podían estar habitadas, no se observaba movimiento alguno y eso acompañado que el sol hacía lucir las paredes de los edificios de un amarillo desértico, me daba la sensación que todo ello le confería a todo un aspecto de abandono, como si fueran edificios que hacía tiempo que no se visitaban.

Allí, en esa explanada estábamos mi hermano y yo buscando cómo acceder a la zona de picnic que, como he comentado, estaba a nuestras espaldas aunque se tenía que acceder por una especie de pasillo arbolado que no parecía muy a primera vista. El resto de los que formábamos la comitiva de vacaciones se había quedado arriba, en la carretera, en los coches esperando a que volviéramos de nuestra incursión en ese apartado del camino para ver la posibilidades de parking y fonda. No sé cómo, pero la sensación que me daba todo aquello me decía que estábamos cerca de una nueva aventura que me dejaría un sabor agridulce de la visita a ese conjunto de arquitectónico en entorno de semi-naturaleza.

Siempre he estado interesado en las construcciones de una burguesía que en otro tiempo vivió un cierto esplendor, y hoy en día quedan como vestigio de ese tiempo, aunque las familias propietarias ya no tengan el estatus de aquella época y sean sólo "viejas glorias". Así, me gusta investigar un poco sobre qué fue de esas familias que con sus empresas gozaron de riqueza y prestigio, y sobre todo qué es lo que queda de ellas. Me quedé embobado mirando la iglesia construida con esa piedra amarillenta y brillante con el sol de aquel día. En el pórtico de la entrada no contenía muchos detalles de la mano y creatividad del artista que la construyó, y simplemente se podía leer cosas como "ego sum lux mundi 1889 Miralles Salvat". A mi espalda estaba la casa señorial con un muro interminable que contenía una balconada que iba de punta a punta del muro, y este balcón era ya rematado por el rivete del tejado. Me pareció que no había nadie en él pero una ventana del propio balcón parecía abierta con una tímida cortina blanca de ganchillo asomaba por la ventana entreabiaerta. Me preguntaba si la familia Miralles Salvat continuaba siendo propietaria de conjunto de construcciones.

Decidimos ir a la zona de picnic de donde salía humo de las barbacoas y se oía cierto griterío de niños y risas de adultos. No sé cómo pero en ese preciso momento a mi hermano no se le ocurri`ó otra cosa que tirar una piedra contra el muro de la casa señorial. El por qué todavía lo desconozco pero era una broma que con 12 años puedes permitirte, pero con treinta y algo ya no. Obviamente aceleramos el paso para salir de la explanada cuando oíamos una voz que venía de lo alto de la casa. Era un hombre que unos 70 años que nos gritaba algo así:

- Eh! Por qué me habéis tirado una piedra a la casa? Eso está muy mal.

Nosotros nos hicimos los sordos pensando que estábamos fuera de la vista del pavo. La sorpresa vino después, cuando ya estábamos mirándo las barbacoas y ya no estábamos a la vista de la casa, cuando el tío de 70 años apareció a la zona de barbacoa y nos increpó, mejor dicho, me increpó hartándome de preguntas sobre quién éramos y por qué le habíamos tirado la piedra a la casa. Una casa con muros enormes y muy gruesos a los que no le haría daño la piedra pero que al tío le había jodido cantidad.

- Yo no le he tirado ninguna piedra. No he hecho nada.- le contesté con semblante serio sin decir ninguna mentira pero interiormente estaba muy nervioso pues no me gusta que me llamen la atención en ningún caso y menos cuando no soy culpable de nada.

- Oiga usted!.-me decía el señor- he visto como ustedes estaban allí delante de mi casa y me tiraban una piedra.

Yo empecé a hablarle en catalán pues pensaba que podría ser un Miralles Salvat y que, por tanto, sería una família histórica de habla catalana, pero el pavo me hablaba en castellano y parecía que no fuera de esa estirpe, y pronto supe por qué.

- Yo compré esta casa hace mucho tiempo y no me gusta que me vengan a estorbarme de esta manera. Aun suerte que dejo a los turistas a que vengáis a las barbacoas, pero lo que ustedes me han hecho está muy mal.

Por momentos me parecía que se me iba a poner a llorar de la manera cómo estaba defendiendo su propiedad, por lo que deduje que ese hombre no estaba bien del todo. El tío, en su discurso, que ya pasaba de ser una riña por la pedrada, me estaba empezando a comer la cabeza con que "si su propiedad, su palacete, que cuando lo compró, que si él había sido empresario y que había llevado tres empresas, que cuando vino del pueblo...". Por mucho que intentaba excusarme de que no era yo el responsable de la pedrada el hombre la había tomado conmigo y, finalmente mi hermano intervino justo antes de que estuviera a punto de enviarle a la mierda. Mi hermano le dijo simple y llanamente:

- He sido yo, algún problema? Le he pegado una pedrada a la casa y ya está, no le he cortado ningún brazo. Póngame una denuncia si quiere pero calle la boca de una puta vez.


El señor de 70 años se quedó mudo como si le faltara el aire. Pensaba que se estaba a punto de poner rojo sin respiración de lo cortado que se quedó por la contestación de mi hermano. Entonces, con la voz trémula a punto del llanto nos pidió que le acompañáramos a casa pues se encontraba mal (y no es para menos, parecía que le iba a entrar un ataque de no sé qué) y mientras nos seguía comiéndonos la cabeza con su historia de las empresas, la llegada del pueblo, etc.

Él era el Sr. Neira-Vázquez y vino en los años 50 de un pueblo de A Coruña y se puso a trabajar en Barcelona como camarero. De allí se montó un bar que le fue bastante bien y entró en el negocio inmobiliario pues compró varios pisos que ponía en aquiler, además que empezó a moverlos: ahora compro, ahora vendo por más... Así se fue haciendo un pequeño imperio empresarial con el tema de los pisos, la construcción y los bares pues tenía unos cuantos "Bar Restaurant". Su fortuna creció para poder comprar el palacete y un título nobiliario de marqués de no sé qué cosa que el pavo lucía con gran orgullo como si lo hubiera llevado su familia desde tiempos remotos, y no era más que una parida adquirida que tenía en su caso que renovar cada cierto tiempo, y pagando. No había que quitarle mérito porque este vejete nos decía que llegó del pueblo sin apenas saber leer ni escribir y que a base de trabajar se pudo sacar la ingeniería con la que ha levantado pisos, casas y chalets a la vez que se pudo montar en la peseta para permitirse el conjunto patrimonial que tenía actualmente. Dicho sea de paso, el hombre no tenía mucho líquido y sobrevivía de lo que el bar del picnic y un restaurante le daba, pues al jubilarse se desprendió de mucho de lo que tenía por no poder atender, en parte porque el gestor le gastó una jugarreta y perdió mucho, de ahí que mimara hasta las piedras de su palacete ante cualquier agresión lítica por parte de un gamberro de capital. De todas maneras, en él había algo que me inquietaba y que me transmitía muy mal rollo pues ese sencillo hombre orgulloso de un título nobiliario que le costaba dinero, parecía que tenía un secreto que podía ser dañino. No sé, veamos que fue.

Con su verborrea llegamos a su casa (los cien metros más largos de mi vida) y entramos por el portal acristalado que tenía la casa en un lateral por la parte contraria a la explanada. Allí nos abrió una sirvienta vestida con estilo clásico y coronada con una cofia. Parecía sacada de una película de Gracita Morales la tía. La sirvienta, gorda, vio al señorito y con sorpresa y terror exclamaba:

- Señor, pero qué le ha pasado? Quiénes son estos señores? No le habrán hecho daño?

El señor, que poco a poco iba recuperando el aliento, le decía que trajera un vaso de agua que ahora se ocupaba de nosotros. Una vez recobró el aliento nos acompañó escaleras arriba a una estancia que parecía un salón comedor de estilo tope de rancio. Allí, en un sofá, como si de una sala de espera se tratara, habían un señor, una señora, una señora más vieja y un niño de unos 7, todos ellos regordetes, con gafas enormes, vestidos de manera similar y peinados igual, con la raya a un lado. Me cago en la puta, parecían de una peli de terror. El Sr. Neira le dijo a la sirvienta que se llevara a esos señores y que preparara la mesa para nosotros.

- Pero señor, estos señores hace tiempo que esperan.- contestó la gorda de la sirvienta.

- Nada, nada. llévelos a otra estancia para que sigan esperando, que estos señores tienen prioridad.

¿Prioridad para qué? Le explicamos que sentíamos lo sucedido y que, ya que se encontraba mejor, le dejábamos porque teníamos que irnos. Pero el Sr. Neira nos obligaba a quedarnos para poder pagarnos el favor de acompañarlo a casa en medio de su ataque de ansiedad, ataque que nosotros mismos se puede decir que le habíamos provocado. Pero, casi sin darnos cuenta estábamos sentados en una mesa y el hombre mismo nos estaba sirviendo una especie de sopaipas cruquientes y super harinosas, además habían platos de estofado con trozos de carne guisada súper-gordos. Yo que desconfiaba les dije a mis colegas que no probaran nada que seguro que estaba envenenado y que el cabrón del señorito nos quería hacer pasar putas el resto del día por una pedrada y un mal rato en el picnic, pero mi hermano ya se estaba metiendo el estofado a dos cucharas. Yo probé las sopaipas y no estaban mal. Sí, terminamos comiendo. Mientras estábamos disfrutando del papeo, nos trajo a su señora: una mujer de unos 70 también, muy flaca, rubia platino de pote con pelo corto y rizado y con gafas enormes, que en todo momento parecía que estaba como riéndose de nosotros y murmurando cosas con el pirado del marido. A mi me estaba repateando el estómago las risitas y los murmuros. En eso que la señora me pidió si podía dejar un plato en la nevera que había próxima la mesa, pero lo dijo tan bajito que no acerté a entenderla al momento y le pregunté dónde, en eso que la vieja murmuró como riéndose de mi algo como que

- ¿Pues dónde los vas a dejar, sordo-tonto?

Eso me encendió de tal manera que me salió del alma darle una respuesta a grito pelado:

- ¡Me cago en su estampa, señora! Si le pregunto dónde es porque no lo he oído! a qué viene que usted me hable flojo provocando y me venga con insultos pues eso de "sordo-tonto" sí que lo he oído, pedazo de vieja-bruja!!!

Se le desencajó la cara ante mis gritos, y en menos de un segundo empezó a llorar lanzando gritos y repitiendo: "me ha insultado, me ha insultado..." Sus gritos quedaban semi-apagados dentro de las manos que le tapaban la cara pero que no contenían los enormes chorros de lágrimas de su llanto.

- Paco, - que es como le llamaba a su marido, el Sr. Neira- hazles algo, mátalos, me han insultado. ¿Para qué traes gente a casa para que me traten así?

Al señor Neira volvía a quedarse sin aliento y parecía que iba a ponerse a llorar también. ¡Menuda casa de locos! En eso que el Sr. Neira cogió un puntiagudo tenedor empuñándolo a modo de arma y rápidamente le espeté:

- ¿Qué coño va a hacer con ese tenedor? Ni se le ocurra llegar a amenazarnos.

El Sr. Neira lo alzó con la mano derecha y con la izquierda agarró la mano derecha de su mujer y la puso encima de la mesa, y súbitamente le clavó el tenedor en la huesuda mano de su mujer llegando a ser tan fuerte el golpe que dejó el tenedor clavado en la mesa.

- Llora más fuerte ahora, bruja!- le dijo a su esposa y comenzó a reír mientras ordenaba a la criada que fuera preparando el despacho para atender a la familia que le esperaba abajo.

Nosotros, que estábamos acojonados, le increpamos, y mi hermano lo tiró de la silla diciéndole que él no iba a ningún despacho. Por mal que nos sintiéramos por el trato de la señora no podíamos dejar que el loco del Sr. Neira apuñalara a su mujer con el tenedor. Así mientras estaba en el suelo, yo cogí el teléfono más cercano para llamar a la policía. En medio de los gritos de la Sra. de Neira aún se le entendía:

- nooo, nooo, no llames a la policía. La culpa es vuestra.

Maldita loca, pensaba yo, tienes el tenedor clavado en la mano y encima no quieres que avisemos a la policía para denunciar al pirado de tu marido. Inexplicable, todavía alucino. En medio de todo el griterío, se oían venir por el pasillo las voces de los miembros de esa extraña família de fotocopias de humanos que estaban esperando:

- Señor Neira, ¿está usted bién? ¿Nos va a poder atender?- Le preguntaban al anfitrión.

- No es... estoy b..bien - respondía el Sr. Neira con un ataque de ansiedad provocado obviamente por lo malos que éramos nosotros.- Suban , por favor, suban. Estos señores se portan mal, muy mal. - Les pedía el Sr. Neira a los invitados peinados con la raya al lado.

En cuanto subieron dispuestos a no sé qué, nos encontraron en el salón en tan increíble escenario con la señora gritando y sangrando a borbotones por la mano, el Sr. Neira en el suelo entonando un padre-nuestro a grito pelado, la gorda de la sirvienta llorando, yo con el teléfono en la mano y mi hermano no había perdido el tiempo y había vaciado los platos de comida sobre el hijo de puta del Sr. Neira. en un acto de humillación a tal psicópata. En cuanto el padre de la familia rara se acercó en actitud amenazante, le frené su intención de agredirnos, enviándole una silla de una patada que le fue a parar el respaldo contra la barriguilla de tragón. El gordito papá se encogió en cuanto la silla le llegó a la panza. La mamá gordita y el repollo del niño estaban atónitos preguntándonos el por qué le hacíamos esto al matrimonio Neira. Dijeron algo de que el Sr. Neira era muy bueno, era el mejor curandero que había en el mundo, era un trozo de Dios en la Tierra. Si no te digo, el cabroncete! Empresario de la hostelería, la construcción, inmobiliaria y encima... curandero!!! este tío lo tenía todo.

- Pues por mi se puede ir a la mierda el curandero, usted y la madre que los parió. Si a ustedes les gusta que les dé por el caca, allá ustedes, pero este loco de mierda acaba de clavar un tenedor en la mano de su señora. Ahora mismo iremos a la policía.- Le repliqué.

- Nooo, por favor, nooo. No le diga nada a la policía, que le quitarán el título nobiliario- respondió el gordo del papá de la clencha al lado.

O sea, que temía que la policía le quitara el título de marqués al imbécil este y no le preocupaba que en medio de una de sus sesiones de curandero no le diera un arrebato y les clavara un cuchillo sanador igual que había clavado el tenedor en la mano de la loca peliteñida.

A todo esto que les dije a los míos que nos largáramos y avisaríamos a la policía en el próximo pueblo. Así salimos de ese comedor abriéndonos paso pateando sillas y empujando a los individuos que nos estorbaban el paso (el gordo y el Sr. Neira). La mujer del gordo y el niño también gordo se apartaron del camino. Abajo, en el vestíbulo, todavía estaba la vieja que supongo que sería madre del gordo a tenor del vestido, las gafas y el maldito peinado.

El caso es que salimos del palacete de esa gente tan rara convencidos de ir a la policía a denunciar lo ocurrido. Cuando llegamos a la oficina de la policía local del pueblo cercano, allí nos dijeron que dejáramos en paz a la familia Vázquez-Neira y que mejor que nos fuéramos porque era gente muy influyente y los agentes nos advirtieron que ellos mismos nos detendrían acusados de la lesión de la señora si no nos íbamos. Obviamente salimos de la comisaría con la idea de denunciar tal amenaza a una instancia más alta pero cogimos carretera y manta y nos propusimos volver algún día para hacerle la putada final al Sr. Neira pues no podía quedar eso así. Si la ley no nos era favorable para poder pararle los pies al hijo de puta del curandero, íbamos a tomarnos la justicia por nuestra mano para que la cosa no quedara así...

El caso es que pasó el tiempo, tanto como unos diez años. Vas viviendo acordándote de anécdotas vividas: unas más dulces y otras más amargas; y como si fuera un tema tabú, al recordar viejas vivencias con mi hermano, el tema del palacete de la gente rara no ha salido a relucir en nuestras conversaciones... no sé, el mal rollo de ese día se nos puso residente en el hígado más que en el cerebro y no osamos hablar de según que historias, en concreto de esta. Si hoy me estoy decidiendo a poner por escrito la historia desde el anonimato de mi blog es porque el recuerdo de aquel día ha aflorado de manera vívida en el momento en que esta tarde me ha parecido ver al Sr. Vázquez-Neira en el metro de Barcelona. Detrás de las gafas de sol que llevaba estaba él, tal y como lo recordaba, misteriosamente sin envejecer. Sé que él me estaba mirando entre la gente que se apretujaba en el metro y que me escudriñaba desde esas gafas de sol de chulo de playa. Queda pendiente todavía una cuenta que pagar...

Monday, July 01, 2013

El misterio del Sr. Prudencio

Aunque yo trabajaba en un negocio familiar mientras no estaba en el instituto, me veía obligado a trabajar fuera del ámbito de la familia para conseguir dinero extra, concretamente para el viaje de estudios que tenía proyectado para ir al extranjero. Buscando trabajo encontré un bufete de abogados que necesitaban a un joven que repartiera la publicidad por buzoneo. Allí conocí a un personaje de los que sólo parecían estar en las películas: el Sr. Prudencio.

He conocido gente solitaria pero pocas veces he conocido gente que realmente estuviera sola. Sé de gente solitaria, que vive sola por motivos de trabajo o familiares pero, quien más quien menos, tiene su familia en un sitio u otro. Sólo en las películas se veía gente que no tiene a nadie y que se les ve trabajando, divirtiéndose, en relaciones esporádicas propias del guión, pero sin que se conozcan familiares ni próximos ni lejanos. El Sr. Prudencio era un hombre que correspondía al perfil de persona solitaria sin más familia, como si fuera un personaje de película: un quiosquero de Nueva York que aparece asesinado y que a su entierro sólo van cuatro clientes, como el misterioso protagonista veterano del ejército (al cual no se conoce familia) que es llamado a filas después de que haya cumplido en la guerra, ganándose un Corazón Púrpura, y es el único que puede resolver un caso de rescate de militares...

El dueño del bufete me advirtió de que si el Sr. Prudencio venía bebido por las mañanas se lo comunicara. Me contó que en más de una ocasión había llegado con un fuerte olor de alcohol dando la excusa de que "hace mucho frío y me he bebido una barrecha para calentarme". Estos hechos no gustaban a la gerencia del bufete y no querían  dejarle pasar más estos deslices pues ponían en peligro la imagen de la empresa además de la propia seguridad del Sr. Prudencio que no digamos que pudiera tener un accidente al cruzar la calle por ir bebido o protagonizar un episodio violento repartiendo la publicidad del bufete en un portal, etc. Me quedé con estas palabras y empecé mi trabajo con el misterioso Sr. Prudencio.

Cobrábamos puntualmente 2000 pesetas al día trabajando por las mañanas repartiendo la publicidad por el barrio y barrios colindantes del bufete, y todos los días recibíamos nuestro salario por la semana trabajada. Me gustaba el trabajo, me gustaba la libertad de moverme por las calles y conocer la ciudad, ver la variedad de escaleras, apellidos en los buzones, trato esporádico con el mundo, conocer la ciudad desde un ángulo distinto. Era un trabajo tan interesante como el de camarero pero con la ventaja de que te movías e ibas cambiando de escenario sin llegar a aburrirte de estar siempre en el mismo sitio. Además, me sentía bien pagado y pude financiarme el viaje de estudios.

El objetivo era salir por la mañana a la hora indicada y volver al mediodía juntos a la hora indicada. No estaba bien visto por la empresa perdernos, más que nada porque deseaban que el Sr. Prudencio estuviera vigilado. Teníamos un mapa donde se nos marcaba la zona que teníamos que cubrir de publicidad y dejar constancia del número de papeletas que dejábamos en cada portal de cada calle. Al día salían unas 1500 papeletas. La relación con el compañero no me era difícil.pues no era yo persona muy habladora y él tampoco solía soltar prenda. Sí que de vez en cuando sacaba su cigarrillo NB y me decía:

- Yo aprovecho estas calles más pequeñas para... fumar... - y mientras acababa la frase parecía que soltaba el humo del cigarrillo.

Hasta que un día me decidí por tirarle de la lengua y me soltó lo que se estaba guardando desde hacía muuuchos años. Me contó que tenía 56 años y que era natural de Cantabria, y se había dedicado a la minería en sus tiempos mozos. Tenía una hermana con la que se vino a Barcelona pero que no sabía nada de ella. Se perdió el contacto. Él vivía alquilado en una habitación de un piso donde había más gente como él, alcohólicos, drogadictos, ladrones, estafadores de poca monta,... un ir y venir de personajes salidos de las partes más oscuras de la ciudad, pero sin tener que ir a buscarlos a ningún sitio típico como puede imarginarse (Ciutat Vella, La Mina o el Paral·lel). Por lo que me decía, él vivía en el Turó de la Peira. Su vida era sencilla, no tenía nómina, no pensaba en una pensión por jubilación ni se preguntaba por qué no tenía hijos ni qué iba a ser de él cuando no pudiera trabajar. Comía siempre lo mismo, y siempre una vez al día: un arroz con pollo que le preparaban en un bar de Sant Andreu donde se acostumbraba a dar de comer a personajes como él. Un bar que yo me imaginaba que servía de comedor social para marginados en que se solía servir ese arroz con pollo a modo de sopa boba. Con lo que le daba el trabajo repartiendo publicidad se tenía que apañar para poder comer su ración de arroz y su paquete de tabaco NB... ah, y su dosis de alcohol.

Decía estar rehabilitado del alcoholismo pero no era cierto. Se le veía que alguna vez no había comido por gastarse el dinero en bebida. Pero el colmo fue cuando un día le perdí la pista durante la jornada. Le busqué por las calles que teníamos que hacer, las que habíamos hecho y la que estábamos haciendo... ni rastro. No le encontré. Dada la hora fui a la oficina y conté lo sucedido. Mientras los jefes me decían que eso no podía ser nos sorprendió que llegara el Sr. Prudencio con una borrachera como un piano profiriendo todo tipo de insultos. En ese momento ya se le negó la entrada a la oficina y no se supo más de él: allí lo despidieron.

Esto ocurrió en 1993 y no creo que el Sr. Prudencio llegara a ver el fin de siglo.


Saturday, June 01, 2013

El Palo del Curandero

Cierta vez coincidí con un compañero de trabajo que no tenía muchas luces... bueno, era tonto del culo. Este compañero de trabajo, de unos 55 años, no se dejaba sorprender por nada, incluso llegó a comentar que un ordenador no servía para nada, y él solo era capaz de hablar horas y horas sin parar de auténticas tonterías y dando vueltas al mismo asunto. En definitiva: era un pelmazo de cuidado. Pero dentro de sus múltiples puntazos, decía conocer muy bien las personas con sólo verlas venir. Decía que tenía un don especial que le hacía anticiparse a cualquiera. Él decía que su don de conocer a la gente le venía dado por un hecho insólito que le comentó su madre, y es que decía que él había llorado dentro del vientre de su madre. Antiguamente se comentaba que el bebé que se le oía llorar dentro del vientre de la madre, sería un niño con alguna habilidad especial, y fuera de pensar que su habilidad era dar la paliza constantemente y creerse con la verdad y razón absoluta, él decía que su mágico don era poder radiografiar a una persona con sólo tratarle un poco, era un scanner capaz de ver si una persona era de fiar o no... Su historia se puede empezar por este hecho anecdótico o estúpido, según gustos, pero lo que realmente escondía era el caso de... El Palo del Curandero.

Aunque él hacía trabajos como peón de fábrica, vigiliante de parking, conserje de escalera de vecinos, barrendero... siempre tenía un trabajo paralelo en el que podía desarrollar sus poderes, y no sólo en el campo de conocer o no a las personas, sus poderes iban incluso por la sanación. Sí, lectores, el Sr. Vicente era curandero.Si hablando de cualquier banalidad el Sr. Vicente era un plasta, imagínense ustedes si hablaba de sus poderes curativos o, como mejor le gustaba llamarles, sus poderes mágicos. Como buen mago que se consideraba no le podía faltar su varita mágica: un asqueroso palo de unos 60 centímetros de largo y un centímetro y medio de diámetro, que siempre llevaba consigo y que, redondeado por los extremos y muy liso y marronoso de ser manoseado constantemente, bien se veía que se había construido gracias a serrar el cabo de una escoba.

Me contaba de las aberraciones que hacía y que, milagrosamente, pocas veces terminaban en desgracia. Pero si alguna vez había alguna acción que se le fuera de las manos, era tal la fe que tenían sus "pacientes" en él que jamás hubiera existido una denuncia por sus prácticas infames. Sin querer centrarme en un caso particular de los que me contara, sí deseo contarles algunos de los que me parecieron auténticas anormalidades propias de una mente enferma:

Aunque su especialidad era curar contusiones y esguinces, alguna vez venía algún caso un poco más raro pero que solía tener una curación similar: el tontorrón pasaba su palo por la zona dolorida y recitaba un cántico completamente inconexo y sin rima alguna. Con esto y una inmovilización de la zona tratada los subnormales de sus clientes se iban convencidos que se recuperarían: de hecho lo hacían pero no sé hasta qué punto era obra de sus poderes.

Una de las veces que me contó que se encontró un caso difícil es que un obrero de su mismo cociente intelectual le llegó con una lumbalgia bestial. Cuando pasó tres veces el palo por el lomo del obrero y este no obtenía mejora inmediata, le asestó un brutal golpe con el palo en las lumbares y ante el grito desgarrador del paciente, mi compañero no se le ocurrió decirle que ese nuevo dolor era señal de que empezaba a curar, que si no había dolor hubiera sido mal augurio.

Un caso que me heló la sangre fue cuando un vecino le trajo a su mujer por dolores menstruales. No sé si continuar este caso pues me da mucho repelús lo que me contó. Cómo se le ocurre a esa bestia con forma humana meterle el palo por el culo a la señora argumentando que el dolor que viene por detrás del cuerpo se tenía que tratar desde la raíz y que no sufriera el marido porque esa extrema sodomización pues las mujeres están acostumbradas a meterse cosas a diferencia de los machos que son los que tienen que meterlas, y que los gritos que profería la mujer no tenían que ser de dolor precisamente pues el dolor se lo estaba aliviando, dijera lo que dijera la señora. ¡Qué burro!

Al final perdí la pista del Sr. Vicente porque se enfrentó con el jefe después que el jefe se quejara de dolor de cabeza que le estaba causando el imbécil del Sr. Vicente con su verborrea al excusarse de un error y éste quiso aliviárselo con su palo. Claro, sin que llegara a golpearle el jefe le despidió de manera fulminante.

Tiempo después supe que el Sr. Vicente estaba de baja por una enfermedad en el hígado... no sé por dónde se metería el palo para curarse.