Lo teníamos que hacer.
Después de varias semanas en la que mi amigo y yo nos intercambiábamos correos y llamadas de teléfono, entre las mil cosas de las que hablábamos, siempre surgía el tema de conversación sobre la escotilla y su misterioso contenido. Así, fue cuando un sábado, de madrugada, con los primeros rayos de sol, nos decidimos a cambiar uno de nuestro paseos por el monte por merodear la carretera que tan bien conocía. tuvimos la prudencia de aparcar lo suficientemente lejos para no levantar las sospechas de los posibles conductores que pasaran por esa carretera y, armados con una pata de cabra que tomé prestada del almacén del trabajo, nos acercamos a la misteriosa arqueta.
Antes de proceder a la apertura, nos quedamos en silencio tomando datos de temperatura ambiental, dirección del viento y alguna que otra parida más.Era fundamental documentar todos los detalles y registrar la apertura en vídeo gracias a los teléfonos móviles. ¿Qué delito estábamos cometiendo? Si pasaba la policía y nos pillaba nos podría empurar por intento de robo de la tapa de la cloaca. Vamos, como si fuéramos vulgares chatarreros. Nuestra intención, ya lo saben ustedes, mis lectores, era ver qué había dentro. No queríamos llevarnos nada, sólo observar y nutrir nuestra curiosidad con el conocimiento de algo oculto y que, como dicho en otras ocasiones, un misterio surgido de la nada y plantificado en una carretera de la noche a la mañana. Permanecimos en silencio para cerciorarnos si oíamos algún ruido procedente del interior de la arqueta, pero no se apreciaba ruido alguno.
Mi amigo grababa y yo con la pata de cabra empezaba a hacer palanca para abrir la pesada tapa. El roce de los metales chirriaba y mi acojone empezaba a tomar forma de alerta por estar pendiente de que el ruido pudiera atraer a cualquier ciclista matutino, paseante, pastor o la madre que los pariera a todos juntos. En menos de medio minuto abrimos la tapa de cloaca y la dejamos abierta. Un olor de humedad y putrefacción afloró de la abertura que nos echó para atrás. Cuando nuestras pituitarias se acostumbraron a ese hedor asomamos nuestras cabezas apuntando con linternas al interior, así comprobamos que el suelo estaba encharcado de las lluvias y la falta de ventilación y vimos una rata muerta y medio descompuesta a un lado del pozo. Nuestro gozo en un pozo, y nunca mejor dicho, porque no había ningún soldado ni espía, ni estación de radio oculta o cuartel general de alienígenas. Era el momento de empezar a bajar y ver hasta dónde llegaba el pozo porque veíamos que formaba un túnel que se metía por debajo de la carretera a unos 8 o 10 metros de bajada después de un primer tramo de escaleras que llegaba hasta una repisa donde estaba la rata muerta.
Al introducirnos por debajo de la escalera vimos, lo típico de los refugios: unos sofás, unas cajas, revistas porno, unos colchones... parecía un picadero de las putas de la carretera, o parecía un refugio para vagabundos. A un lado vimos cajas y cajas llenas de botellas de bebidas alcohólicas, algunos cartones de tabaco y un posturón de hachís. Pues, mira por dónde, aquel era nuestro premio, así que pillamos tantas botellas como pudimos, puesto que el tabaco y el chocolate no nos interesaba, y las subimos para esconderlas en unos matorrales cerca de la carretera, así luego pasaríamos con el coche y las pillaríamos. Nos fuimos a buscar el coche y recogimos las botellas de whiskey, ginebra, Cola Loca, etc... ¡cubatitas gratis durante dos años!
La última gracia no fue cosa mía pero fue lo más gracioso: bajamos expresamente otra vez para prenderle fuego a uno de los colchones. El humo negro rápidamente empezó a invadir el túnel y ya nos costaba respirar. ¡Qué tontos éramos! Nos estábamos ahogando mientras intentábamos subir por la escalera. Una trampa mortal. Pudimos salir de la cloaca apestando a goma quemada. y nos quedamos a ver cómo empezaban a asomar la llamas por la boca de la cloaca. Estuvimos a punto de morir asfixiados y abrasados pero tuvimos suerte. Cómo de burros pueden ser dos humanos pasando de 35 años.
Bajamos la tapa de la cloaca y piramos de allí corriendísimo. Sabíamos que ante tal alijo de bebidas alcohólocas y demás tesoros el incendio no haría más que alertar a los dueños del bunker. El morbo hizo que nos fuéramos a tomarnos un café con leche y volviéramos a observar si había reacción. Y así fue. Pasamos junto al bunker humeante y vimos a dos pavos vestidos con camisas de leñador con cara de mala leche. Uno de ellos estaba saltando y haciendo gestos de rabia, el otro hablaba por teléfono móvil. Seguimos nuestro camino a casa cargados de nervios y con el maletero lleno de botellas de alcohol. yo conducía y mi amigo me enseñó que finalmente echó mano del posturón de hachís. Un poco más adelante vimos un coche de bomberos que iba en dirección opuesta a nosotros y una patrulla de la policía que nos hacía señales para pararnos... Mierda!
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